Determinadas situaciones pueden favorecer una obediencia ciega a la autoridad a pesar de nuestras propias convicciones.
¿Serías capaz de poner en práctica un comportamiento que chocara con tus valores? ¿y un comportamiento que implicara dañar a otra persona? ¿Te imaginas llevando a cabo una acción de este tipo simplemente por obedecer a otra persona?
Seguramente estás diciendo que no. Seguramente, estás convencido de que no lo harías y mucho menos motivado por la obediencia a un tercero ya sea este una persona o grupo. A todos nos gusta pensar que salvo circunstancias muy muy excepcionales nuestra forma de actuar está bajo nuestro control.
Eso pensé yo el otro día viendo un reportaje sobre la entrada de inmigrantes procedentes de África. La imagen que me llevó a esta reflexión fue la de un hombre terriblemente enganchado a unas concertinas sin poder soltarse, mientras un agente miraba desde abajo sin parecer inmutarse.
-¿Qué le pasa?-dije en alto. ¿ Por qué no le ayuda a soltarse?
- No llega- contestó mi marido.
- “Pues que busque una escalera o lo que sea”- pensé. “eso es lo que haría yo, no quedarme mirando como si no estuviera pasando nada”
¿De verdad habría actuado así? ¿Por qué creo que soy diferente a ese hombre que miraba fríamente?
Lamentablemente, diferentes estudios explican que no, que muy a mi pesar seguramente acabaría actuando como el agente que tanta rabia me había despertado.
El experimento llevado a cabo por Stanley Milgram en 1961, sirvió para estudiar y determinar de qué manera una persona podía llegar a obedecer a una figura de autoridad a pesar de tener que poner en práctica acciones contrarias a sus valores humanos.
En este estudio se pedía la participación de varios voluntarios para un estudio sobre procesos de aprendizaje. En resumen, la sesión consistía en que una persona encerrada en una cabina, tenía que acertar determinadas preguntas que el voluntario le iba haciendo ante la presencia de una tercera persona, el director de la sesión.
Los errores del aprendiz se saldaban con descargas eléctricas que iban en aumento y que el mismo voluntario aplicaba bajo la seria supervisión del director.
A cada descarga, el aprendiz que se mantenía oculto al voluntario y que realmente no las recibía, gemía y gritaba de dolor con más intensidad.
Sorprendentemente, en el transcurso del estudio se pudo observar que casi el 70% de los participantes aplicó descargas que habrían resultado mortales en el caso de haber sido reales. Si en algún momento el voluntario dudaba y no quería continuar, la presión ejercida por el director de la sesión era suficiente para que continuara aplicando el daño.
Este experimento fue duramente criticado ya que en parte fue utilizado en determinados momentos para justificar la naturaleza malvada del ser humano.
Yo que creo en la bondad humana por naturaleza, no comparto en absoluto este criterio aunque me parece muy interesante para reflexionar sobre la influencia que la presión y determinados ejercicios de autoridad pueden tener en nuestro comportamiento generando un exceso de conformismo y reduciendo la capacidad de reflexión o crítica personal.
Yolanda P. Luna
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