Ojalá fuera tan fácil...

Por Anna
Llevo algo más de 2 meses (desde que, por desgracia, perdí a Aaron mi perro y mejor amigo), meditando mucho sobre la entrada de hoy. No quiero herir a nadie, no quiero crear ninguna confusión... sólo quiero desembarazarme de algunas ideas que me rondan y que necesito expresar. El empujón final para escribir lo tuve ayer noche, gracias al programa de televisión Banda Ampla (es en catalán, pero si lo entendéis os aconsejo verlo).
¿Y de qué quiero hablaros? De algo tan simple y natural como la muerte.
No voy a entrar en discutir las diferencias que puede haber entre eutanasia, suicidio asistido, encarnizamiento terapéutico, etc. Para eso, otros lo han contado mucho mejor que yo; por ejemplo, Sophie lo hizo hace unos días. Tampoco quiero escribir una entrada esgrimiendo mil razones hacia una u otra opinión, sólo quiero contaros la mía, que es tan particular y respetable como cualquier otra; por eso, sois libres de expresar en los comentarios todo aquello que queráis decir, siempre que sea con respeto.
La muerte de Aaron fue algo rápido y bastante inesperado, apenas tuve una semana para hacerme a la idea de que algo no iba nada bien. Me enteré que estaba enfermo un lunes, lo fui a ver, y toda la familia aguantamos esa semana; ¿aguantamos el qué? Una mejoría, supongo, o tal vez algo más egoísta como intentar mantenerlo a nuestro lado cuando ya se había terminado su tiempo. No estaba muy mal, de hecho lo único que hizo fue dejar de caminar, pero todos sabíamos que aquello no iba a mejorar, no sé qué pretendíamos engañándonos a todos. El viernes llamamos al veterinario, que vino a verle a casa, y tras 5 minutos nos planteó que quizás deberíamos pensar en una solución definitiva... Miré a mi madre, y en un segundo supe lo que tenía que hacer. Con todo el dolor de mi corazón dije que sí, que no quería verle sufrir más.
Esa tarde fue la más larga y corta de mi vida: larga, esperando la hora de terminar con todo, y corta, porque cada abrazo, carícia y juego me sabía a poco. Cuando llegó el momento, pese a estar derrumbada y sentirme enormemente triste y culpable, me invadió una sensación de estar haciendo lo correcto, de saber que, pese a todo, era lo que debía hacer... y no hacerlo hubiera sido algo muy egoísta por mi/nuestra parte. Dos inyecciones, y se terminó sin ningún sufrimiento. Así de rápido.
Y allí, todavía acariciando su lomo, pensé: ¿por qué no es tan fácil con las personas? ¿Por qué alargamos inútilmente el sufrimiento de alguien, muchas veces pese a que él exprese su voluntad de no hacerlo? ¿Por qué no regulamos de una vez el proceso de la muerte y dejamos de tener estos miedos y tabús? ¿Por qué actuamos tan egoístamente, manteniendo a alguien "con vida" sólo porque nosotros no podemos renunciar a estar con él? Si fuera tan simple para las personas... Ninguna ley podría obligar a nadie a hacer algo que no quisiera, pero los que sí desearan terminar con todo no se verían abocados a la desesperación y la criminalización.
Por favor, que quede muy claro: no estoy comparando en ningún momento la vida de un perro (u otro animal) con la de una persona. Simplemente estoy aprovechando una experiencia propia para poneros en situación y presentaros las dudas que me asaltan.
Sin duda, yo no quisiera que se me mantuviera con vida si estuviera en estado vegetativo, ni siquiera si estuviera consciente pero padeciera terribles dolores o una grandísima incapacidad. Respeto el hecho de que haya gente que sí quiera seguir adelante pese a todo eso pero... ¿por qué no lo hacemos más fácil para todos?
He releído y retocado esta entrada mil veces, y nunca acabo de estar satisfecha así que la dejaré así... Espero no haber molestado a nadie con mis opiniones; para cualquier cosa, tenéis los comentarios.Si tienes algo que decir (¡seguro!), déjame un comentario :)