Sólo de esa forma consigue que sus modelos (críos inocentes en la serie que nos ocupa) parezcan híbridos entre humano, bestia y alguna raza ficticia de más allá de los confines de nuestra galaxia.
Estas mutaciones, que hablan de la esencia inquietante de toda perfección forzada, recordarían a los experimentos del literario Dr. Moreau desde una óptica contemporánea e invadida por una atmósfera aséptica y basada en colores fríos. Justificaría la inexpresividad de sus personajes, una máscara desbaratada por los detalles, como una humedad lacrimal recorriendo párpados o un esbozo de sonrisa que denota un exceso de confianza.
Y esa velada superioridad es la que encontraremos en la Galería Senda hasta finales de julio, un universo de criaturas casi mitológicas engendradas por un artista muy joven que disfruta de su trabajo sin entrar en discursos sublimes. Empezó con 23 y actualmente cuenta con 28 años, no es la primera vez que visita nuestro país, ya sea individualmente o en notables colectivas y no duda en reconocer que tiene aficiones tan poco usuales en un artista (o al menos reconocidas) como los videojuegos. Oleg Dou es un producto de su generación, un retratista clásico y perfeccionista con un imaginario extremo y una mano privilegiada para lo digital.