Ollé resucita a Frankenstein

Por Felipe Santos

Puede que todo empezara a torcerse el día en que la ciencia se separó definitivamente de los saberes humanísticos y los nuevos científicos abdicaron de la figura clásica que combinaba poética, conocimiento técnico y sabiduría. Para los más jóvenes, ese aviso lo encarnó Hal, el robot rebelde de 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Para otros, la advertencia llegó en forma de la novela de una mujer, Mary Shelley, hace dos siglos.

Àlex Ollé eligió este tema eterno para una ópera de nueva creación. En ella trata de hacer ver el abismo de tiempo que unen estas dos obras, la naturaleza perdurable que entraña el hecho creador, sus dobles lecturas y paradojas. El vídeo de Franc Aleu que abre la ópera recrea una construcción futurista en la cima de un pico helado. La acción nos sitúa en el futuro, en un año determinado del "nuevo periodo antropogénico glacial", en el que se encuentra lo que parece ser un fósil de la era humana, una criatura hecha con trozos de otros seres humanos.

La escenografía de Alfons Flores se inspira en el monumento Buzludzha (Bulgaria) como conmemoración del lugar en el que se reunían los primeros comunistas búlgaros. La intención del arquitecto fue hacer "algo intemporal". Toda la acción escénica se inspira en el cine, con continuos flashbacks y bebe de la ciencia ficción. El pasado se narra en color y con vestuario realista. El futuro, o el presente que contempla el espectador, es un mundo apocalíptico que ha perdido la luz, y evoluciona en blancos y grises tan sólo rotos por los neones de la tecnología.

La criatura, como en la novela, resulta ser la más humana de todos los personajes. Ayudan mucho las dotes teatrales del tenor finés Topi Lehtipuu, que canta con corrección sus pasajes con voz lírica y un exceso de languidez. Nace por segunda vez al recuperar sus recuerdos y remordimientos. " Veo la vida", dirá, y su canto inicial se acompaña de melismas y esa secuela de un sonido blanco con que el compositor Max Grey abre la ópera en un crescendo de gran intensidad, apoyado en un efecto sonoro circular de la amplificación de la sala. Esa tensión vuelve a notarse en la segunda mitad. Mientras tanto, el libreto de Júlia Canosa y la música incidental y demasiado cinematográfica de Grey no empuja la acción con el ímpetu necesario. El barítono estadounidense Scott Hendricks presta al Doctor su voz decidida y profunda, mientras Andrew Schroeder hace lo propio con su doble, el científico Walton. La soprano Eleonore Marguerre, de emisión algo desigual, se mostró sólida y brillante en los momentos más dramáticos. Una lástima que la música sólo subrayara a la acción y diluyera al coro, similar al corifeo griego. Sonó aislado y sin empaste, quizá por falta de ensayos. Bassem Akiki dirigió todo el conjunto con entusiasmo y empuje, sobre todo en el comienzo y el final, donde Grey aportó lo mejor de su escritura.

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Publicado por Felipe Santos

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos