Enviado por Edgar Lucero Martínez
Imagine que ha sido usted víctima de un atraco o violación y que el recuerdo de esa situación se repite en su mente causándole estrés postraumático, una alteración que compromete su bienestar cotidiano. Suponga entonces que un médico o especialista tiene un dispositivo con el que marca selectivamente las neuronas que se activan en su cerebro para producirle ese estrés y que el mismo dispositivo va a poder utilizarse más tarde para impedir que esas mismas neuronas se reactiven como antes y le vuelvan a hacer sentirse mal.
Dele ahora vuelta a la situación e imagine que su estado es de satisfacción y alegría, pues le ha tocado la lotería o su equipo de futbol ha ganado un importante campeonato. Una vez marcadas las neuronas correspondientes, el mismo dispositivo anterior podría reactivarlas a voluntad, haciendo posible que se sienta feliz en cualquier momento. Vayamos más lejos y conciba que tal dispositivo marca las neuronas específicas que genera cualquier percepción o estado mental de una persona, como el que permite ver un paisaje, sentir hambre o dolor, oler una rosa o tener una determinada idea o pensamiento. Activando o desactivando dichas neuronas a voluntad se podría controlar la mente de esa persona. ¿Hasta qué punto? Si el dispositivo fuese perfecto, casi hasta donde quisiéramos. Lo podríamos utilizar para cambiar estados de ánimo, para eliminar fobias, para modificar sensaciones, gustos o preferencias y, yendo lejos, para cambiar o implantar en un cerebro ideas y pensamientos.
Lo interesante de ello es que precisamente es así como se activan las neuronas, es decir, dejando que entren y salgan cargas eléctricas en ellas a través de proteínas especiales distribuidas por toda su superficie membranosa, por toda su piel, podríamos decir. Lo que ocurre es que esas proteínas de las neuronas no se activan con luz, sino por sustancias químicas (neurotransmisores) que les llegan desde otras neuronas en los contactos entre ellas (las sinapsis).
Pero si consiguiéramos que las neuronas fabricaran e instalasen en sus membranas esas proteínas sensibles a la luz podríamos activarlas a voluntad con solo hacer llegar la iluminación necesaria a la zona del cerebro donde se encontrasen. ¿Cómo conseguir esa fabricación? Los ingenieros de la genética lo han logrado extrayendo de dichas algas el ADN (los genes) que lleva la información para fabricar tales proteínas e inyectándolo en las neuronas de ratones mediante virus que les sirven como medio de transporte. El sistema funciona extraordinariamente bien, pues las neuronas inyectadas de ese modo fabrican por sí mismas las proteínas sensibles a la luz y las distribuyen por toda su superficie, prestas a abrirse y a activar con ello a sus portadoras cuando son convenientemente iluminadas.
De ese modo, esas neuronas serán también las únicas que se activen evocando nuevamente el miedo cuando posteriormente los investigadores hagan llegar el adecuado rayo de luz a la zona del cerebro del ratón donde se encuentren. Un método, en definitiva, que permite reactivar a voluntad y con una precisión de milisegundos a las neuronas que originan el miedo o cualquier otro estado mental que consideremos. Además, se han hallado proteínas diferentes que permiten activar o desactivar las neuronas en que se inyectan en función del color de la luz con que se iluminen. Los investigadores disponen por tanto de una especie de interruptor de la actividad neuronal que pueden controlar con altísima precisión espacial y temporal.
Un prometedor hallazgo permitió activar neuronas enfermas de la retina y mejorar la visión en ratones ciegos. Y esto no ha hecho más que empezar, pues cada día se vacían en las fuentes de datos nuevos e interesantes aportaciones conseguidas mediante optogenética. Por el momento sólo es posible aplicarla en ratones y en animales invertebrados, con algún intento también, poco satisfactorio, en monos. La optogenética, merecedora sin duda de laureles de Premio Nobel, a buen seguro acabará desarrollándose en humanos, donde se le supone un alto potencial terapéutico, pues podría usarse como procedimiento para restablecer o mejorar capacidades somáticas o mentales y para curar enfermedades, como la ceguera causada por degeneración de las células de la retina o el mencionado estrés postraumático. Pero, además de prometer, la optogenética asusta, porque supone una capacidad de penetración y control del cerebro y la mente humana hasta hace poco inimaginable.