Como solamente me ha sucedido una vez, me considero afortunada y me sé una niña mimada por el universo.
Hasta entonces lo que sucedió no era más que materia sutil de uno de los más grandes de mis fantasmas. Y tomó pétrea consistencia. Estaba sucediendo en esta realidad que es la que habito, la que me da cuerpo y aliento.
En condiciones más favorables había dicho cosas hermosas, había sentenciado, arrogante, sobre la forma correcta de encarar algunos asuntos...... y estaba sucediendo. No, Me estaba sucediendo.
Si por mí hubiera sido habría matado sin dudar y a más de uno. Vale que no habría torturado porque ahí tengo una línea roja que no me salto ni aún yéndome la vida en ello (creo, de momento que por ahí dicen que si Dios acortara los tiempos no quedaría ningún “justo”). Pero matar, sí. Sin compasión aunque, seguro, con serios remordimientos una vez pasado el calentón y el dolor de la ofensa.
No hice nada de eso sino que me comporté obedientemente conforme a las reglas de mi conciencia, la mía particular. Comprobé la auténtica medida de la autenticidad de lo que dije (que alguien me enseñó antes) porque fueron confrontadas con la prueba de realidad y que es lo que cuenta, después de todo.
Como ni es mérito propio ni me pertenece puedo sentir el orgullo que siento y en el que me rebozo. Muchos habrían hecho cosas distintas y muchos otros responden como lo hice, que cada uno sabe de lo suyo.
Orgullosa, por lo tanto, de ser humana, estirpe de gente noble que gusta de la nobleza y la sustenta con palabras y actos. De vez en cuando. No siempre con total acierto.
Y ahora, que alguien diga que nunca quiso matar....... y no lo hizo. Grandes que somos por rechazar algunas de las cosas que nos piden, casi exigiendo, los instintos. ¿O será que en mi cultura no está bien visto lo que en otras se supone Ley?