Y admito que alguna vez me pregunté, desde la traviesa jocosidad en la que por momentos se sume mi imaginación, si se habría llegado a dar realmente el caso en el que Franco tuviese que guardar cama a regañadientes, por la facultativa orden de Don Vicente...
Ahora, muchos años después, las cosas no tienen -para los médicos- el brillo con el que me las pintaba mi abuelo, aunque a estas alturas no sería justo tenerselo en cuenta...