Mejor que desfigurarse el rostro o, mejor reconfigurarlo, en esta nueva serie donde su imagen vuelve al centro de su trabajo, la artista francesa Orlan, dejó -por ahora- de lado las cirujías con las que armaba sus series donde la imagen femenina desafiaba la estetización de los mass media y también los que su propio espejo. Mirarse en él y reconcer a otro que no es siempre más que ella misma. ¿Se habrá perdido el rastro?
En esta nueva serie, inspiradas en figuras precolombinas y en tribus africanas, Orlane aplica técnicas de digitalización que operan con menos sangre que los escalpelos.
Los resultados tan fascinantes como shockeantes y más shockeante aún es ya no recordar cómo era el rostro de Orlan antes de que comenzara con todos sus procedimientos de transformación física.
Pero quizá eso es lo que viene a contarnos: noy hay ningún rostro que sea “la verdad”, la figura como juego, la carne como plastilina más allá del dolor, que se convierte en placer cada vez que es otra. El goce de la libertad de transformarse hasta el infinito.
En los backstage de la galería Stux de NYC, sus obras aún apiladas, las que quedan, en busca de nuevos dueños que soporten mirar cada vez ese rostro que es puro desafío.