Orto Vins con Joan Asens

Por Jgomezp24
Son cuatro payeses de El Masroig con una larguísima tradición cooperativista en sus familias. Dos hermanos, los Beltran, y dos primos hermanos, Asens y Jové, que se conocen desde que nacieron, aunque después cada cual siguiera un poco su camino. Quizás el más conocido sea Joan Asens, sobre cuyos conocimientos increíbles , sensibilidad y experiencia en el Priorat sentó Álvaro Palacios durante años las bases del éxito de su Ermita. Pero ésta es una bodega en la que todos, con sus tierras y su trabajo, son imprescindibles. Cada cual es importante en las cosas que sabe hacer mejor, sea en el campo o en la bodega o en la venta de vinos. Se reencuentran gracias al destino. En el lapso de unos dos años, mueren los padres de algunos y les dejan en herencia viñedos. Si el lapso hubiera sido mayor, a saber hacia dónde habría tirado cada cual. Pero ese tiempo fue suficientemente corto como para que cuajara en ellos la idea: vamos a hacer por primera vez vino de nuestros viñedos y con nuestra propia marca. Esto sucedía (sic) el 18 de julio de 2008, día en que nacía Orto Vins, en la DO Montsant. No tienen bodega propia (elaboran en la cooperativa de El Molar) pero no les hace la más mínima falta para sacar al mercado una colección de vinos que, sin más, me parece de lo más interesante, atractivo, bien hecho y respetuoso con su tierra que he bebido estos últimos años en España.
Se llaman Orto por dos razones: porque aluden a ese momento en que todo astro atraviesa la línea del horizonte para hacérsenos visible (así sucedió con ellos y sus viñedos, que pasaron años trabajando para otros o llevando esas uvas a la cooperativa) y porque es el prefijo que, en griego, significa “rectitud, trabajo bien hecho, belleza”. Eso son sus vinos: rectos, honestos, bien hechos, bellos. En tierras de limo (panal, muy característico de la zona), arcillas y cantos rodados, que se extienden siguiendo la línea de monte y valles abierta en pendiente hacia el Ebro cercano, estos hombres se consideran, ante todo, payeses, gente que ama su tierra y que, por lo tanto (pero ojo, la consecuencia no es, ni mucho menos, automática porque hay montones de payeses que actúan de otra manera, la mayoría para ser claro), la conoce a fondo, la cuida y le da sólo lo que necesita (ellos, sobre todo con prácticas biodinámicas y un seguimiento escrupuloso de todas las operaciones, tanto en el campo como en bodega, con un ojo puesto en los ciclos de la luna). En segundo lugar, se consideran “vendedores de paisaje”. Embotellan las bondades de sus fincas, te hacen disfrutar con las características de la añada y te ofrecen los sabores de las uvas más emblemáticas: la garnacha, tinta y peluda, la cariñena, la tempranillo, la picapoll negre, entre las tintas; la garnacha blanca, para sus blancos; y la planta, la tripó de gat, la mamella de monja, la picapoll blanca, la trobat y el cep de sant Jaume, como blancas para su dulce. El dulce tinto lo hacen con las garnachas. Los dulces son naturalmente dulces (sin corte de la fermentación con ningún tipo de alcohol) y la vendimia de sus uvas les hace únicos: dura desde el primer día que van a vendimiar hasta el último porque de cada cepa separan, siempre, siempre, todas las uvas pasas que encuentran. Todas. Y éstas son las que van al dulce. De paso, alejan la sombra de la sobremaduración del resto de sus vinos.
Todos ellos muestran aspectos interesantes. Los Blanc d’Orto se ofrecen, por ejemplo, como Flor (con una maceración sólo de 24 horas, mosto flor, levaduras autóctonas y fermentación espontánea en inox, más 7 meses con sus lías: el 2012, por ejemplo, fermentó durante más de 4 meses y muestra, ya ahora, una intensidad y una fuerza espectaculares) o como Brisat (las pastas de la garnacha blanca, una vez liberado el mosto flor, retienen todavía líquido y empiezan a fermentar con esas pieles, más concentradas y con menos mosto; unos tres días después, esa brisa es prensada y termina la fermentación en botas de 500L, con sus madres y durante unos siete meses). Sus tintos fermentan lo que dura un mes lunar (28 días, de luna a luna) en inox (el Orto, con cariñena mayoritaria, menor garnacha tinta y pequeños aportes de cabernet sauvignon y tempranillo; posterior crianza de seis meses en roble francés de tercer o cuarto uso) o en botas de 500L (el Comes d’Orto, con equilibrio entre garnacha y cariñena y una crianza de 12 meses en barricas de 225L, también de tercer o cuarto vino). Sus Singularitats son vinos muy especiales, monovarietales hechos con la uva de la que cada uno de ellos considera su mejor y más expresivo viñedo. Su nombre es el del viñedo: La Carrerada, de Josep Mª Jové, una cariñena penetrante y cautivadora; Les Pujoles, de Jordi Beltran, una tempranillo de gran frescura y concentración; El Palell, un viñedo mágico de garnacha peluda de 1950, envolvente y tan sencillo de beber como el agua; y mi preferido por distinto, por único y porque se hace con una uva de la que queda poquísimo en la DO, Les Tallades de Cal Nicolau (el bisabuelo de Joan, que emigró de Serós al Masroig para construir el puente que une al pueblo con el Molar y gracias al cual su bisnieto hace ahora el vino allí), de picapoll negro, vino de concentración, suave rusticidad, flor de violeta, tanino algo rústico.
2012 fue año de gran sequía en la zona, tras un 2011 ya tremendo. Bajó mucho la producción por cepa pero la uva consiguió concentrar sus sabores de forma muy intensa. Y llegó sana: las pasas quedaron ya para un récord histórico. Habrá menos botellas (no del dulce), pero atentos a cuando salgan los vinos tranquilos porque serán, todas ellos, experiencias realmente únicas. Probamos con Joan todas las Singularitats: las cosas llamativas que tienen siempre, las mantienen pero más expresivas y concentradas.  2013...Con Joan (¡ésa es su pierna!), me he hecho ya una primera idea de cómo están reaccionando las cepas a tanto sufrimiento. Estaremos con ellas, viendo cómo crecen sus frutos. Como siempre, será emocionante e intenso encontrar cómo fue esa añada, en esa tierra, en unas botellas. Con Orto Vins eso está asegurado.