La primavera no llega. El tiempo se encabezona en llevar la contraria, como el destino, como la rutina, como las malas noticias. Regresa el frío para decirnos quién manda, para no dejarnos arrinconar los abrigos, ni lucir las pecas por el sol. Así también suceden los días. Sin poder agendar sonrisas ni momentos de calma. Y eso es tan claro, cierto y breve como que hay un trueno tras un rayo, que escribía Ferran Garcia en Guilleries.
Organizamos calendarios imponiendo encuentros, deseando que lleguen momentos pospuestos, esperando el sol para plantar el tomillo. Subimos la persiana cada mañana con la ilusión de que hayan florecido anémonas y tulipanes. Pero todo lo frena el frío y las malas noticias. No somos dueños de la primavera, no. Ni de las agendas, tampoco.
“Otro día con el dolor del tiempo. / Otro día tendido, alzado a la sombra del / calendario, casi sin oírse.” Estos versos de Cleo Campuzano en Paz primaria, estos versos. Porque los días se suceden y acontecen sorpresas que nos obligan a romper los planes, a cambiar la sonrisa por el llanto. Días en los que todo lo previsto queda tendido. Y así el invierno, o quizá el destino, nos detiene y nos clava en el suelo, nos pone en nuestro lugar para aprender a parar máquinas y volver a empezar. Aceptar que sigue con nosotros el jersey de cuello alto y la posibilidad de la pérdida, inminente, cruel, demasiado temprana.
Onetti escribía en Los adioses que “nada permanece ni se repite”. Deberemos repetirnos esta idea. Primero, para dejar de temblar ante lo malo. Segundo, para disfrutar de lo emocionante sabiendo que es irrepetible. Que ante el ahogo de las pérdidas recientes, de los desencantos, de los sustos, también pueden cumplirse los sueños. Sí, a la par, aunque parezca salvaje sonreír. Aunque nos cueste aceptar que podemos vibrar de felicidad entre tanta penumbra. Se puede. Ahí estaba Mariana Enríquez para confirmarlo, para enriquecer los tiempos grises, sin ella saberlo. Conocerla en persona fue un oasis que nos permitió saber que un día, sí o sí, llegará la primavera.
Mientras, aparece el viento a removernos el pelo y las inquietudes. A formar un runrún constante para hacer realidad aquello que versaba María Gainza en Un imperio por otro, y que “de las cosas tristes / siempre queda / un ruido de fondo.” Ese ruido que nos repite día y noche el padecer que intentamos sobrellevar. Ese ruido que molesta al sueño y nos deja exhaustos. Debemos esforzarnos y pensar que quizá ese viento (ruido) hasta seque la ropa y arrastre lo malo. Atesorar cada minuto el sueño que sí nos deja descansar. Recordar a Gaspar, en Nuestra parte de noche, cuando decía aquello de que “había dormido, era cierto, notaba el gusto a sueño en la boca.” Notémoslo y démonos el permiso a descansar. A eso también.