Después de más de treinta años tranquilo, ejerciendo mi profesión por mi cuenta en un yomeloguiso, yomelocomo, en los últimos años me he visto dos o tres veces sorpresivamente en la necesidad de preparar mi currículum vitae. Han sido situaciones excitantes, en las que quería conseguir algo que me apetecía mucho, pero para ello he tenido que sufrir la extraña circunstancia de verme desde fuera y valorar y hacer valorar por los demás mis discutibles méritos.
Es una peripecia muy extraña, porque así, en global y sin pormenorizar, uno cree a priori (y más o menos) que merece obtener el premio porque tiene virtudes y logros suficientes, pero cuando va punto por punto cumplimentándolo se le van cayendo uno por uno todos los palos del sombrajo. (Me estoy refiriendo a un cierto tipo de currículum académico que uno no redacta como mejor le parece, sino que está ya previamente estructurado y hay que ir completando apartado por apartado).
Es patético y ridículo que, aunque pensabas que tenías bastantes méritos, no tienes ninguno de los que de verdad se valoran. Entonces te pasan dos cosas: la primera es que te da rabia que ese cuestionario esté compuesto precisamente así, como si te conocieran de antemano y se hubieran propuesto que no lo consiguieras, y la segunda, y bastante peor, es que ves que te habías estado engañando y vivías en un estado de inconsciencia evitando en el fondo conocerte y soñando vagamente con que eras mejor de lo que eres. Todo esto te tira por el suelo y te hacer verte de una manera muy rara, como si no te conocieras.
-¿Estancias en el extranjero?-No.
-¿Programas de investigación?
-Bueno, yo investigué una vez...
-¿PRO-GRA-MAS DE INVESTIGACIÓN?
-No, eso no. Programas no.
Y así todo. Tienes cosas publicadas, incluso algún libro, pero no te preguntan por eso. No te dejan ponerlo. No entra. Sufres y te desesperas porque no puedes decir lo que necesitas decir, y que tú crees que vale bastante (aunque ya te vas dando cuenta de que no vale nada).
Al final de tantos sinsabores encuentras:
* Hago papiroflexia.
* Segundo en el campeonato de tute del Bar Aurelio.
* Ganador del concurso de cuentos Ciudad de Camporrecio.
* Sé cortar el pelo.
* Hago ambigramas.
* Toco el saxofón tenor.
* Cocinando me doy una maña que no hay en España quien guise mejor.
* Carnet de conducir B2.
Todos esos méritos juntos valen un mojón. Han puesto ese apartado sabiendo que ahí te ibas a desfogar, pero no sirve para nada (o para casi nada). Y es, con mucho, el que más has engordado. Los demás van escuálidos y ese tan inútil va inflado como un globo.
Es patético hacer un currículum a los 62 años y compararlo con uno que hiciste a los 25. Allí había buena materia prima sin pulir y un montón de promesas y posibilidades. Aquí hay solo morralla acumulada por gravedad y por puro aburrimiento.
Por otra parte los currículums son cosa de jóvenes. No hagáis ninguno ya viejos. Si de viejos estáis donde estáis no lo meneéis más.
En todo caso, en la recta final de mi vida profesional todo esto me ha dado la ocasión de saborear un postre muy dulce. Estoy en una situación en la que ya no aspiro a nada más y tampoco tengo posibilidad de hacerlo. Es para mí a la vez muy excitante y muy confortador. Casi he alcanzado la deseada ataraxia de los griegos.
No, no tengo méritos para nada brillante ni importante, pero sí para disfrutar. Y lo hago cada día. Soy consciente de que he llegado a este estado de privilegio por pura carambola, por no haber hecho nunca nada de especial, pero sí alguna cosa aceptable y tal vez incluso conveniente. Y es un premio extra obtener algo que te da alegría y felicidad y que, en el fondo de tu ser, con toda sinceridad, sabes que no te mereces. Y bendices tu suerte. Y acabas diciéndote que sí, que tienes méritos. Otros.