Apenas faltaban dos días para el comienzo oficial del Congreso de la Lengua de Valparaíso. Formo parte de la delegación del Instituto Cervantes a tal acontecimiento. Cuando me desplacé allí, pensaba en los debates a celebrar, en las ponencias, en la importancia del lema del Congreso para el presente y el futuro de nuestro idioma: "América en la lengua española". Pensaba en los poetas de Hispanoamérica, en Neruda y Gabriela Mistral, en Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, en todos los poetas de la América que habla y piensa en la lengua castellana que han aportado su creación, su originalidad, su genio a ese patrimonio común que es el gran "territorio de la Mancha" con que, tal y como lo definió Carlos Fuentes, nos expresamos, soñamos, pensamos, sufrimos, 450 millones de personas en todo el mundo.
Pero la naturaleza, bella y terrible a la vez, fue en esta ocasión más terrible que en otras. Más cruel. En la noche del viernes, 27 de febrero, al sábado, 28, gran parte del gran país hermano, del país de los poetas, tembló de manera violenta. El miedo, la confusión, la inseguridad personal y la incertidumbre de unas horas de oscuridad, de noticias contradictorias, de imposibilidad de comunicar con las familias, de teléfonos mudos, sustituyeron, por un tiempo, a las ilusiones despertadas por el Congreso de Valparaíso (qué bellas suenan esas tres palabras, son casi un verso), a las expectativas abiertas desde tres años antes para escuchar a académicos, políticos, poetas, narradores y pensadores reflexionar sobre la lengua española. Tres años de trabajo callado e intenso eran puestos en precario por la ira de la naturaleza.
Puentes derribados, bloques de viviendas derruidos, casas, precarias casas de adobe convertidas en puros escombros... Todo eso, junto a hombres y mujeres desesperados, junto a las imágenes de cadáveres y de grupos humanos huyendo que mostraban las distintas cadenas de televisión, me hicieron sentir a Chile muy adentro. Como otras veces ante aconticimientos también trágicos aunque de distinta naturaleza como el golpe de Pinochet, sentí que en mi interior vivía, como si formara parte de mí, el pueblo de Chile. El Congreso quedó cancelado. Se transforma en un Congreso virtual. Volveré a España en pocos días. Pero estas jornadas terribles, en las que he aprendido mucho sobre la condición humana y sobre sus límites, sobre sus virtudes y sobre sus defectos e insensibilidades, he tenido algo muy claro: como otras veces, he sentido a Chile y a los chilenos, comenzando por la presidenta Bachelet, en el corazón. Tanto que nunca se irán de allí.