2. Los inmigrantes se siguen considerando parte de un problema, el del mercado laboral, y en el que, al decir de algunos, los nazi-onales deben tener prioridad sobre los recién llegados. Casi nadie entiende que son un palitativo necesario para atajar otro problema aún mayor: el del sistema público de pensiones en una pirámide demográfica que se invierte a pasos agigantados a cada lustro que pasa. En el año 2000, la ONU estimó que para mantener el tamaño de la población activa en el año 2050, Italia necesitaría 6.500 inmigrantes al año por cada millón de habitantes, Alemania 6.000 y EE UU 1.300. Sin esa aportación de trabajadores extranjeros será muy complicado mantener los actuales sistemas de pensiones europeos. Han pasado casi quince años y no se ha avanzado nada en este tema, al contrario: las fronteras están más blindadas que nunca; y los políticos y los votantes atrapados en el paisaje que iluminan las luces más cortas.
España será el tercer país más envejecido del mundo en el año 2050 gracias a una diabólica conjunción de emigración de gente joven (que se busca las lentejas fuera porque dentro no hay), alta esperanza de vida y una demencialmente nula política de soporte a la natalidad. Todo ello en un país que, en lo oficial y en el tratamiento informativo y a pesar de ser una práctica en absoluto e innegable retroceso social, todavía exhibe una especial relevancia a la religión católica y mantiene vigente un rancisísimo concordato con el Vaticano, fuente de sonrojantes distorsiones y atrasos en la igualdad educativa y el progreso de las ideas.
4. La Generación vacía tomará en relevo a la X, Y y Z. No tiene nada que ver con la generación perdida de pijitos estadounidenses que se pasaron la juventud follando en París y más tarde escribiendo deprimidos en su país natal; esta etiqueta asusta bastante más por la realidad que describe: una generación menos numerosa que la de sus padres babyboomers del último tercio del siglo XX. Son menos y deberán --de acuerdo con las reglas de juego actuales-- proveer las pensiones de una población anciana que no para de crecer y vivir más años. Su principal seña de identidad será el rechazo a todo lo que tenga que ver con lo que había antes que ellos: su forma de adaptarse al mundo económico y laboral, de organizar sus relaciones y de entender el mundo que les tocará administrar. Gracias a esta generación vacía habrá importantes cambios en las costumbres: acabarán (por fin) con la hegemonía del matrimonio, tendrán menos hijos (o ninguno) y muchos de ellos vivirán solos y sin descendencia porque habrán comprendido que es mejor para mantener el mejor nivel de vida y de egoísmo. Es una actitud suicida como especie, pero hemos conseguido crear las condiciones para que resulte racional y coherente desde el punto de vista individual.
La civilización del siglo XXI está a punto de dar lugar a una sociedad en la que la reproducción ya no es una variable útil ni beneficiosa desde el punto de vista evolutivo y de la transmisión cultural y social. La inversión de la pirámide demográfica demostrará que lo que hasta ahora se consideraba antinatural e indeseable será la única salida que nos permitiremos. Quién iba a decir que la Cultura, ese estadio superior de nuestra especie que nos situaba por encima de la Naturaleza y la barbarie animal, acabaría convirtiendo a esa misma Naturaleza de la que procedemos en un estorbo del que conviene desprenderse para sobrevivir. La distopía plausible de Hijos de los hombres parece hoy mucho más cerca: en cien años todos calvos.