Paraísos artificiales

Publicado el 01 abril 2015 por Claudia_paperblog

Me he vuelto una cínica, una incomprendida, uso el sarcasmo en todo momento, mi caparazón se ha regenerado en un instante, y vuelvo a ser impenetrable, los golpes no me dolerán porque no llegaré a recibirlos. Es triste, pero es la realidad.

Y me da asco todo. Todo: este mundo, la sociedad en la que vivimos, las personas, los prejuicios y estereotipos, el derrotero que estamos tomando, las pautas que nos obligan a seguir, la estructura política, el postureo, el aparentar. Todo da asco, en serio: las mentiras, la televisión, las falsas esperanzas, la tontería que llevamos encima, las jerarquías. Una sociedad maquillada, suavizada, como las verduras trituradas en un puré para los bebés, nos ofrecen algo ya masticado, para que podamos tragárnoslo. Pero, ¿qué le está pasando al mundo?

Pero no solo eso. Odio este mundo ficticio en el que vivimos, este mundo de papel (como lo llamaría John Green en esa novela que no me gustó) donde un físico lo es todo, donde no puedo lucir mis piernas para mí misma sin que me dirijan miradas de deseo, miradas que dan asco, que me hacen sentir sucia, miradas y comentarios groseros de personas aburridas e infelices que no tienen nada mejor que hacer y que por la edad que tienen podrían ser mi padre. No poder vestirme como me dé la gana es algo que me molesta. Un físico, unas piernas, un culo, unas tetas, una cara bonita. En eso se basa todo. ¿Se habrá acercado a hablarte en la discoteca, o en el tren o en clase porque le has parecido inteligente y divertida? Hostia puta, pues claro que no. Solo se basará en lo poco que ha visto de ti, en tu aspecto, en tu físico. Hace una semana que me creé un perfil de Couchsurfing para viajar con poco presupuesto y ya me han hablado más de 8 tíos que son de Barcelona para ir a tomar algo. ¿Por qué? Por la foto, por el físico. La gente se cree que esto es Tinder o Badoo.

Me dan asco las conversaciones insulsas, triviales, todo es tan superficial… Nadie se preocupa por los sentimientos de nadie. Somos egoístas por naturaleza. ¿Cuántas veces habré oído decir eso?

Preferimos preguntar cómo te va el trabajo o cómo se encuentra tu madre antes que hablar de lo que sentiste cuando llegaste a casa y esta se encontraba vacía, esperando que nuestro interlocutor sea escueto y no se adentre en nada muy profundo, esperando que su respuesta acabe pronto y podamos explicarle la resaca que tuvimos el día anterior y lo bien que nos lo pasamos aquella noche con aquellos turistas italianos que nos invitaron a chupitos de Jägermeister. Que no, que me da rabia, que hablamos de tonterías, de lo que echarán por la noche en la tele, del último vídeo viral de Internet, de gatos, de los deberes que nos han mandado, del eclipse solar, del precio del gasoil, criticamos al profesor, al padre, al vecino y al amigo.

Y me da asco seguir pensando en él y no poderme ilusionar por nadie, me da asco haberme quedado sin lágrimas, haber agotado todas mis fuerzas, que la primavera haya empezado con este mal tiempo. Me da asco ver el horario de trenes que usaba para ir a verle, sentir que aún se me dilatan las pupilas y me humedezco cuando pienso en su mirada y en sus manos; encontrarme en el escritorio la nota que me escribió; sentir que ese anillo ya no me pertenece, que solo me recuerda a él. Odio a todo aquel que pronuncia sus palabras; no puedo evitar sobresaltarme al oír “el opio del pueblo” o “te amo con fuersa”. Me da asco que cualquier otro me bese en la frente, porque no, porque allí es donde él posaba sus labios. Y me seguía dando asco su canción, hasta que de tanto escucharla me la aprendí de memoria y aprendí a cantarla sin sentimiento, como una autómata, como si de la lección de geografía se tratase. Quise realizar el proceso contrario a la desverbalización de la teoría de Seleskovitch, una “reverbalización” de la canción, de cada frase, cada sintagma y cada palabra, letra a letra, hasta que todo perdiese el sentido, hasta que nada tuviese significado y no hubiese alma en la canción, solo adjetivos, verbos y preposiciones deformadas, grotescas, abstractas, sin una imagen en mi mente ni en la de nadie. Como cuando repites una palabra muchas veces y deja de parecerte que la estés pronunciando bien o que apenas signifique nada. De pequeña me pasaba con “cuchara”; ahora me pasa con “tequiero”.

Se nota que hoy me he leído el periódico de principio a fin; será mejor que no lo vuelva a hacer.