Una escena definitoria de la maestría de Bong Joon-ho a la hora de narrar con imágenes en "Parásitos" aparece transcurrida la primera mitad de la película, con la noche y la lluvia como protagonistas.
Una vez que la familia Kim ha conseguido ocupar los espacios de confort de la familia Park, y de manera precipitada tienen que abandonar ese nido privilegiado de las élites económicas, en medio de ese temporal que a los de arriba limpia la atmósfera y a los de abajo provoca que las tuberías de desagüe devuelvan los desperdicios, asistimos a un largo descenso desde las colinas dominantes de Seúl a los bajos fondos más deprimidos, es la representación metafórica de la resituación de esta familia a su punto de origen, al más bajo status económico visto en la vivienda del semisótano donde viven los cuatro protagonistas que forman la primera familia parasitaria de la película.
"Parásitos" no esconde sus propósitos, incluso quizás peca de poca sutileza en alguna de sus situaciones, por ejemplo la larga escena previa a ese descenso a los infiernos en la que los Kim tratan de no ser descubiertos por los Park, una serie de anécdotas que rozan lo vulgar y la comedia fácil, pero a la que sigue una de las mejores transiciones visuales del cine del presente año.
No hay, ni por asomo, pese a lo que se comenta generalizadamente, reivindicación política en la propuesta de Joon ho; la publicitada lucha de clases es inexistente. No hay lucha, sino aspiración a mejorar, incluso a usurpar la situación de quien vive mejor. La lucha de clases trata de conseguir un igualitario reparto de la riqueza, o al menos una sociedad más cohesionada evitando el enriquecimiento a costa de la mayoría; aquí no hay un espíritu revolucionario en ciernes (como de mejor, o pésima manera creo, existe en "Joker") sino una ferviente adhesión al capitalismo que, en definitiva, es lo que mueve a la familia del entresuelo hacia las alturas.
No pretende el director socavar las bases del sistema ni anhelar una revolución, en ese sentido " Parasite " es pura maquinaria cinematográfica destinada a la reivindicación del individualismo y la ausencia de solidaridad. Tan sólo uno de los personajes, el episódico Min, que no deja de ser el factotum de todo lo que se origina posteriormente, se mueve con sentido solidario y altruista de ayuda al recomendar al hijo de los Kim como profesor de inglés de la hija de los Park, una acción loable que los Kim utilizan como caballo de Troya para ir colocándose al amparo de la familia rica, haciéndose pasar por personas desconocidas entre sí y asumiendo todas y cada una de las ocupaciones que ofrece la mansión de los Park a costa de otros seres de su misma clase social, o similar, a los que van dejando en la calle. Por lo tanto, en la película, nadie quiere sustituir a los Park porque son necesarios para la subsistencia del resto, a lo que vamos asistiendo es a una lucha entre parásitos para ver quien consigue expulsar a los demás.
El cartel de la película es concluyente en ese sentido, los parásitos son todos, desde los ricos hasta los más pobres, cada uno sobrevive a costa de algo o, sobre todo, a costa de alguien, el anonimato de sus rostros señala a toda la sociedad como cómplice de estas desigualdades cimentadas en el abuso sobre los demás.
La familia Park vive en su jaula de cristal, pero para conseguir ese espacio privilegiado despliegan ante nuestros ojos todo un catálogo de sofisticación, egoísmo, capricho e idiocia fruto de su propio vampirismo hacia otros que quedan fuera de campo, porque hasta los Park han de ser parásitos, a su vez, de más gente. Con el cliché del marido tiburón de las finanzas inmobiliarias, la mujer caprichosa y tonta y los hijos perfectos aprendices de despotismo y autoritarismo, el director trata de hacernos más cercanos a la familia parasitaria pero Bong Joon-ho sabe alejarnos de cualquier acercamiento empático a los personajes, porque todos ellos terminan manifestándose como seres ruines, rastreros, egoístas, hipócritas.
Y pese a ello, pese a esta galería de vicios humanos, la película sobrevuela sobre toda la negatividad que representan uno por uno, y mucho más como grey familiar, para situarse a una gran altura general pese a sus descensos evidentes de ritmo propiciados por el enorme catálogo de géneros que confluyen en su desarrollo; no siempre bien engastados ni bien articulados, sobre todo en su tramo final, en el que el desparrame violento seguido del epílogo onírico no terminan de encajar bien con su primera hora y media llena de ritmo, agudeza, cinismo, crítica, humor y desasosiego.
Porque sobresalen dos logros evidentes de "Parásitos" como son su ajustadísima, y espectacular, maniobra interior para hacer de la puesta en escena un claro juego entre los personajes que se sienten como en su casa y aquellos que aspiran a hacer de ese espacio algo propio aunque no les pertenezca plenamente, siempre bajo la sombra protectora de los Park pero con todos los sentidos puestos en la ocultación de la verdad; y por otro lado la introducción de una tercera familia, otros parásitos que se mantienen invisibles la mayor parte del relato y que demuestran, como decía el filósofo clásico, que lo que uno tira como inservible, todavía puede ser recogido por alguien que está peor que tu, y así, por debajo del entresuelo hay vida en el subsuelo, representado por esa enigmática puerta invisible de la despensa y trastero que realmente, conduce a un agujero negro del que puede salir alguien dispuesto, ante la disyuntiva de morir de inanición, a morir matando, incluso provocando la desaparición del huésped, lo que supone el fín también para el parásito.
Ese tercer eje narrativo, más amenazante que visible, es usado por el director para enturbiar el relato. Lo que ha sido hasta entonces una película jocosa, llena de humor negro, una gran estafa que no perjudica al poderoso, que sólo quiere que su hogar mantenga el confort deseado con independencia de quien se ocupe de mantener todo listo, se transforma en una película de ambiente insano, un caldo de cultivo para la violencia que genera el instinto de supervivencia.
La película rompe la idea de plano-contraplano manifestado en las dos familias antagonistas, pero que se necesitan, introduciendo un tercer eje que distorsiona, hasta el absurdo y el horror, lo que hasta entonces parece transcurrir con la fluidez del ritmo tranquilo del objetivo conseguido.
No creo que sea la mejor película del año, ni tan siquiera de Cannes, si acaso tampoco la mejor película de Joon-ho ("Madre" o "Crónicas de un asesino" me parecen más rotundas, mejor ensambladas), pero sí la más arriesgada, la más compleja en cuanto a concepción de espacio y situaciones cambiantes.
Quizás me suceda que su parte final no me resulte convincente y estropee el sobresaliente ejercicio previo, dejando ese regusto amargo del "y si hubiera terminado antes" en vez de continuar por una senda que trata de ofrecer un final un tanto optimista cuando la historia central no lo merece.
Altamente recomendable, pero sigo manteniendo mis reservas pese a los evidentes logros parciales durante gran parte de su desarrollo.
PARÁSITOS. GISAENGCHUNG (Parasite). 2019. Corea del Sur. 132′. Director: Bong Joon-Ho. Reparto: Song Kang Ho, Lee Sun Kyun, Cho Yeo Jeong, Choi Woo Shik, Park So Dam, Lee Jung Eun, Chang Hyae Jin. Productor: Young-Hwan Jang, Yang-kwon Moon, Kwak Sin-ae, Bong Joon Ho. Guión: Bong Joon Ho, Han Jin Won. Música: Jung Jae Il. Montaje: Yang Jinmo. Edición: Yang Jinmo, Producción: Kwan Sin Ae, Moon Yang Kwon.