Parásitos de bong joon-ho: la importancia de tener un plan

Por Asilgab @asilgab

Parásito es aquel que vive del otro. Ya sea éste el Estado —estamento que por cierto no se analiza en esta película— o de un particular, a modo de un Robin Hood moderno sin más escrúpulos que los de copiar la mímesis del otro. En esta ocasión, ese otro es el opulento. El rico. El poderoso. O eso al menos es lo que nos muestra el director surcoreano Bong Joon-ho en Parásitos, la película con la que ha ganado este año la Palma de Oro de Festival de Cine de Cannes. Aquí la salvación no se produce a través del esfuerzo que nos puede llevar a disfrutar de una vida mejor, sino mediante la astucia a la hora de compartir aquellos bienes que ya tienen los más afortunados. De ahí, la importancia de tener un plan, como se nos recuerda en varias ocasiones a lo largo del largometraje. La importancia de tener un plan y también la pericia de traspasar la fina capa que separa al amo del siervo en un espacio compartido. Espacio de lujo y placeres que se encuentran muy a mano, tanto de unos como de otros. De ahí, que salvarse del precipicio de la pobreza se puede hacer de muchas maneras, pero en Parásitos, la dignidad, el esfuerzo o el mérito a la hora de escalar en la sociedad, son características que no se encuentran entre los componentes de la familia pobre, donde todo se deja en favor de la importancia de tener un plan. Plan rápido y sin escrúpulos. Plan sin memoria ni vergüenza. Plan abocado al fracaso y sus consecuencias. Y ahí es donde se encuentra la dura crítica hacia aquellos que creen que el éxito es algo que se posee sin esfuerzo, y sí solo a través del ingenio.


Parásitos es una película que también contiene una gran crítica social sobre cómo se relacionan los estratos sociales más poderosos con los más empobrecidos. Llegando a la conclusión de que, aparte de que unos y otros mantengan la distancias de una forma continua y a veces cotidiana en espacios comunes donde el siervo sirve a su amo, ambos se parecen demasiado, pues ambos tiene el mismo objetivo. Esa libertad que proporciona el poder del dinero, en este caso, escarba en la miseria del ser humano en uno y otro bando para no dejar títere sin cabeza. Parásitos es un film que entremezcla estilos y situaciones divertidas y terribles con una naturalidad pasmosa, y sin que apenas nos asombre, pues una peculiaridad de la historia que se nos cuenta es que parece que la misma es tan real como si la estuviésemos contemplando desde una de las ventanas de nuestra casa, aunque no demos pábulo a aquello que contemplamos. Esa sensación de asombro y desasosiego se despliega con una gran dirección de actores y un ritmo visual y narrativo casi mágico a lo largo de las más de dos horas que dura el largometraje. El gran acierto del director coreano es hacernos ver las diferentes formas con las que el ser humano afronta su supervivencia dependiendo de la clase social a la que pertenezca. Una lucha donde los buenos no son tan buenos, ni los malos son tan malos. En este sentido, el propio Bong Joon-ho nos advierte que la mayor lucha por la supervivencia no se produce entre ricos y pobres, sino entre aquellos que luchan denodadamente por defender el último escalón social al que pertenecen, proporcionándonos en este film unas grandes dosis de violencia y crueldad a la hora de mostrarnos tal defensa de la misera sin mayor dignidad que la de aplastar al otro sin más.
La capacidad visual que el director tiene para mostrarnos esa ciudad surcoreana sin nombre es magistral. Y lo hace a través de una fotografía limpia que nos muestra unos decorados impactantes. Tanto en su versión de la alta sociedad como la del sótano de la baja, pues ambas son dignas de admiración, por no hablar de lo bien que están filmadas las imágenes de la huida bajo la lluvia. Una lluvia en forma de agua purificadora que sin embargo no es capaz de limpiar el mal que se ha hecho, y que además, a medida que avanza la secuencia nos vamos dando cuenta de las consecuencias de todo lo anterior que acaba de ocurrir. No obstante, algo que no se nos debe pasar por alto es que en esas sinergias entre los más poderosos y los más pobres, lo más preocupante es la falta de visualización que unos tienen sobre los otros y que, en Parásitos, se percibe cuando los dueños de la mansión se van a pasar el fin de semana fuera. Aquí, la invisibilidad de las barreras parece posible, aunque siempre esté el aciago destino para sacarnos de nuestro error y mojarnos con unas grandes dosis de realidad. Una realidad que nos demuestra cómo el ser humano, en la sociedad actual, a lo que de verdad se encuentra encadenado es a los vicios de la gula, la  lujuria, la codicia o la crueldad. En este sentido, el estamento social está perfectamente establecido mediante la bella mansión donde viven los señores de esta película, con un sótano que hará de entrañas. Entrañas ocultas, pero que existen y salen a la luz en el momento más inoportuno (y de ahí la oportunidad e inteligencia por parte del director al mostrárnoslo cómo y cuándo lo hace). Parásitos es una película de ida y vuelta. De momentos de sosiego con otros que te sobresaltan, pero que sobre todo te hacen mantenerte muy alerta sobre aquello que te muestra. Una especie de pantalla gigante desde la que poder observar el mundo y al prójimo. Un prójimo que, en muchas ocasiones, no es tan distinto a nosotros, por mucho que se vista con ropas caras o vivan en grandes mansiones, pues todo parece que se resume a la importancia de tener un plan.  
Ángel Silvelo Gabriel.