Parque de atracciones es el primer disparo directo a nuestros sentidos, donde la brillantez inicial de las guitarras es de las que te deja sin aliento. Uno de los mejores temas del disco, si no el mejor, que nos viene a decir lo bien que le sientan a Pasajero esos acordes cargados de una luz portentosa y mágica que nos hace caer rendidos a sus pies, tal y como nos dicen en la letra de esta pequeña obra maestra. Una luz que deviene más oscura en Protégelo, una de las canciones que más nos recuerdan a su anterior trabajo y que nos vuelven a demostrar la fuerza que tienen cada una de sus composiciones: «porque van a venir a quitártelo con palabras de amor de plástico». Un ritmo que no se desvanece en El arquitecto, pues sus notas se engarzan en ese boomerang que va y viene cargado de bajos atronadores. No obstante, la mezcla del batido sonoro se deshace en iniciales notas tribales en Precipicio, donde la singular voz de Daniel Arias cobra una gran parte del protagonismo, pues las guitarras, en esta ocasión, se matizan en un fondo de sintetizadores: «Si tú saltas, yo salto,/ si te caes, me caigo.../ El infinito nos gritó "quedaba tanto por hacer"». Pero volvemos a la carga poderosa y portentosa con Intocables, el primer single de este Parque de atracciones, una canción por la que regresamos a esa esencia made in Pasajero, atribulados en la fuerza demoledora de unas guitarras y un ritmos trepidantes. Lo que nos lleva a otro de los grandes momentos de este larga duración, Hoja en blanco, por lo completa que es esta canción, tanto en su concepción musical como en su estética y en su letra. Aquí las guitarras penetran con fuerza en nuestro interior y nos remueven por dentro: «Frases sin piedad/ para encerrar este momento,/ hoy escribiré/ para volver a coger aliento». Grandes momentos y sensaciones las que engendran esta canción que se queda como una celosa amante pegada a nuestros oídos.
Gente subterránea es como una turbulencia plagada de brillantes destellos de guitarras afiladas y bajos subterráneos. Un bucle intenso de matices que continúa con Las llaves invisibles, como si una y otra canción fuesen almas gemelas inseparables. La ansiedad y la necesidad de salir corriendo se dan la mano a la hora de expresar la urgencia vital más extrema. Un ritmo alto que nos lleva a una de los medios tiempos más calmados del disco, donde sin embargo, podemos disfrutar de muchos más matices instrumentales y musicales de Pasajero: «Soñemos despiertos, tengamos insomnio». y eso es lo que hacemos, guiados por las notas de una melodía que tira y tira de nosotros hasta llevarnos a ese acantilado que nos hace ver el abismo sin necesidad de tirarnos. Magnífico diálogo de guitarras que se complementan y aúllan al unísono: «Ahoguémonos juntos»... Y de ahí a esa reivindicación existencial que es Detector de latidos, una pesadilla reconvertida en canción que nos permite pensar que merece la pena intentarlo una vez más: «Ojalá pudiera,/ ojalá supiera», porque el veneno del amor necesita de una última proeza y Daniel Arias que, en este disco nos demuestra que es un compositor de letras superlativo, así nos lo hace sentir. En este viaje plagado de sensaciones llegamos al oasis que es Las 4000 islas, donde los ecos de los sintetizadores nos marcan el paso que nos permiten dejar pasar el tren... Y ataviados en las sinrazón de los finales llegamos a Respira, donde Daniel Arias nos deja prendados por su voz y su talento como letrista: «ojos que se hacen tormenta, tormenta entre un millón más/ tacto que sigues pidiendo, tacto que pides y nos das»; una perfecta conjunción de elementos para terminar este prodigioso Parque de atracciones que, bajo la bruma de las guitarras oscuras, se va a convertir en uno de los discos del año.
Ángel Silvelo Gabriel.