-500 gramos de harina
– 5 huevos
y para la salsa…
– Unas nueces
– Unos ajos
– Aceite de oliva bueno
– Albahaca
Bueno, vuelve mi sección de foodies a lo grande, con una receta elaboradísima y riquísima de pasta casera. Pero no sigáis leyendo si no tenéis la máquina de hacer pasta que me ha regalado mi hermana, y menos si no tenéis una hermana que os haga estos regalos tan alucinante porque sin la máquina (y sin la hermana), esto no habría sido posible.
Si no tenéis la máquina de hacer pasta podéis seguir leyendo esto: hacer la masa es facilísimo. Haces un volcán de harina, le pones dentro los huevos y te lías a mezclar todo como si no hubiera mañana, hasta que obtienes una masa que ni se pega ni se deshace (puedes rectificar las veces que haga falta añadiendo harina o agua). Y luego la envuelves en papel film y las dejas reposar en el frigo al menos una hora.
Más tarde…
Ahora sólo puedes seguir leyendo si tienes la máquina. Porque si no la tienes, los tallarines te quedarán como baguettes y los raviolis como empanadillas. Te lo digo por experiencia.
Con la masa desenvuelta la estiras y la divides en trozos más pequeños que luego van pasando por la “máquina” y dependiendo del número escogido haciéndose cada vez más finos y cada vez más finos y cada vez más finos. Hasta que llega el momento mágico en el que coges la tira de masa finísima y la pasas por el rodillo de los tallarines y ¡oh! Te quedan perfectos. Y si no te quedan perfectos es que les falta harina. Nada más. Lo mejor de todo esto es lo que relaja y para la gente que tiene poco tiempo para dedicarse a la vida contemplativa, esto es una bendición. Igual estás dos horas, pero son dos horas bien invertidas, con tu cocina convertida en un restaurante italiano en la que hay tallarines por todos todos los lados.