Pero que difícil se hace siempre empezar un nuevo año. Desglosar cada uno de los nuevos propósitos, poner la fecha correctamente sin equivocarte, dejar marchar a ese año que hasta ahora era tu presente, para convertirse en pasado y pasar a ocupar una habitación en ese gran palacio de la memoria. Donde coinciden en los espacios comunes recuerdos de tu infancia, juventud, de aquel verano de 1996 o del 2011, o la primavera del 2013, o el invierno de 2001, o tantos y tantos retazos de vidas y recuerdos.Dejar ir, hacer hueco, tirar. Como si fuera tan fácil ésto último: tirar.
Hace dos noches tiré unos tubos de acuarelas que llevaban conmigo más de treinta años. Los tubos estaban enteros, sin abrir, pero algunos ya supuraban nostalgia y olvido a la vez, dejando un resto pringoso, en la base de la lata que les servía de panteón. No era, por supuesto, su caja original, ésta de madera ya desapareció, infectada de carcoma y mudanzas. Treinta años que esperaron a ser abiertas para inundar el mundo de color y que han acabado su vida en el fondo de una bolsa de basura. A algunos les hice un entierro vikingo, aquellos que fueron buenos y no se resistieron a su apertura, vomitaron su contenido, tiñendo los restos de su pigmento: verdes, azules, rojos, sienas, esmeraldas. Unos residuos tornados a multicolor, un final exiguo, carente de toda gloria, pañales y cortezas de queso que bien podrían ser la última tendencia en ARCO. Allí fueron después de tantos años, aún me resistía a tirarlos, aún busque alguna escusa exculpatoria que les librara del cadalso del cubo de basura, pero no la encontré o al menos no fue muy convincente y por fin, después de tantos años sin usarlas, allí fueron. Y conforme las abría, volvía a mi recuerdo aquel joven idealista, que le gustaba pintar con acuarela y que fue incapaz de hacerlo durante muchos años. ¿Cómo somos capaces de perdernos tanto?¿Cómo nos engaña la vida con otras cosas, con lo que llaman responsabilidades, para dejar de hacer lo que realmente nos gusta o nos apetece, o nos hace sentir vivos?
Tanto me gustaban aquellas acuarelas, tan buenas me parecían y tan ocupado estaba en otras cosas, que nunca era el momento de usarlas, nunca era la ocasión adecuada, tan bueno debía ser el dibujo que nunca llegó. Al final supuraron tristeza y abandono, para recordarme que estaban allí y que no las había utilizado en todos estos años. Si existe un limbo de las acuarelas, me estarán contemplando desde allí y me echaran en cara su existencia perdida. La de dibujos y cuadros que podrían haber ilustrado, los amaneces que podíamos haber contemplado junto. Al final mal empleadas.
Primera lección del año, que viene con la primera pedalada del año.
Ya me atrevo a despedir al 2019, a decirle adiós, no has estado mal, esta década no.