Pequeña crónica de una reconstrucción

Por Jgomezp24
Han sido unos meses de trabajo muy duro. Tensiones. Nervios. Mucha presión. Mil reuniones. Discusiones. Acuerdos. Cansancio. Vacío. Aquí y allá, he ido abriendo pequeños géisers en el "volcán" para que la presión del magma no lo reventara todo. No pocas de esas expansiones las habéis leído aquí. Pero ayer, por primera vez, empecé a oler vacaciones. Parciales, pero vacaciones. Me eché al monte a media mañana y me fijé una ruta que atravesara alguno de mis lugares preferidos de Barcelona, lugares en los que te sientes cómodo, bien tratado, donde comes y bebes lo que te apetece y ves pasar la vida con otro ritmo. Unas horas, por fin, para la reconstrucción de mi maltrecha estructura emocional. Salí a media mañana de casa, con el paso cansino de quien llega de un largo viaje al fondo del mar y no ha  pasado por la cámara hiperbárica. Como un buzo con escafandra salí a la calle, vamos...Empecé tomando un aperitivo alternativo. Mi cuerpo sabe tanto como mi cabeza de esas cosas y las piernas me llevaron directas a Bànitsa. La gente no suele ir allí a tomar el aperitivo pero yo necesitaba algo sólido y energético, aunque el camino fuera cuesta abajo (iba de montaña a mar). Bànitsa es ya, para mí, un lugar imprescindible:  la pasta phyllo de los Balcanes convertida en una suerte de ensaimada crujiente en su corteza y delicada, mullida, siempre sabrosa, en su interior. Productos de la huerta frescos, recién cogidos, para las bànitsa saladas. Ayer tomé una de tomate, espárragos trigueros, ajos tiernos, feta y hierbas aromáticas. Explosión de sabores homéricos en la boca. Acompañó un delicioso zumo natural de piña y gengibre, que toma tu cuerpo con avidez y lo reeduca en cuestión de minutos.
El primer paso sonaba a bien dado. El segundo era más importante todavía. Un buen proceso de reconstrucción tiene que incluir el contenido pero también el continente. Así que me fui directo a la única barbería (que yo conozca...) de Barcelona que no maltrata a sus clientes veraniegos con un aire acondicionado antianisaki: la célebre Tonsoria (en una hermosa foto de Miquel). Fundada en los años 50 del siglo pasado por un barbero devoto del sánskrito clásico, celebrado autor de poemas que todavía cuelgan de sus paredes, conserva intactas la atmósfera y el mobiliario de la época. Por supuesto, también el nombre: tonsoria es título que sólo un amante de las lenguas clásicas puede poner a una barbería. De hecho es un adjetivo al que le falta el sustantivo. Lo suyo sería Taberna Tonsoria (pronúnciese "tonsória", por favor, no "tonsoría"). Entrar en esa tienda es traspasar el umbral del tiempo aunque con una pizca de contemporaneidad: ahora llevan la tienda y atienden a la parroquia un barbero magrebí y otro nigeriano. Cuando llegas y se han congregado allí amigos y conocidos oyes hablar de todo, árabe, inglés, francés, catalán, castellano, yoruba y bereber, como mínimo...Te tonsuran y te afeitan como si fueras una oveja, sin miramientos aunque con cariño y gran educación. Y te dejan listo en un periquete para enfrentarte a los rigores del verano (si acaba llegando...).
La tercera estación incluía algo también imprescidible para mí, pero que sale muy poco en este cuaderno: la lectura. La Central del Raval es una de mis librerías en la ciudad. Está bien organizada, tiene fondos muy interesantes de literatura de viajes y de arte moderno y contemporáneo, mucha narrativa y no menos poesía. Cuidan, también, las ediciones en las lenguas de origen de los libros. Empecé a masajear, pues, la parte de mi cerebro que atiende a esas razones. Se acabó cruzando todo, como siempre...no presumo de lector ordenado, sino todo terreno y de motor diesel. No hay que parar de leer durante todo el año, aunque las vacaciones te den un plus de horas y de tranquilidad. Cayeron Accabadora de Michela Murgia o cómo la gente se enfrenta a la muerte en Cerdeña. Paris insolite de Jean-Paul Clébert y Patrice Molinard, un "roman aléatoire" hecho de los  jirones de la vida de un vagabundo. Mi personal homenaje a Paddy Fermor, uno de los más grandes escritores de literatura de viajes: A Time to Gifts, en una edición introducida por otra de las grandes, Ian Morris. Jakob von Gunten de Robert Walser...no sé por qué me van tanto las novelas de iniciación. Y algo que promete muy buenos ratos de vino este verano: la instrucción y puesta en práctica de El zen y el arte de degustar vinos. (Un manual para degustar la vida) de Ignacio Maciel. ¡Veremos!
Salí de la librería por la calle Elisabets y como quien no quiere la cosa, mi cabeza giró a la derecha y topó una vez más con el letrero del Dos Palillos. Estuve dudando un poco entre si tomaba el menú (tres platos y postres, bebida aparte: 20€. Lo de siempre: para la calidad que te dan, es una de las grandes opciones de esta ciudad) o me iba a la carta. Y acabé con el menú y en la barra de entrada, que tiene ese aire de la Barcelona de los 70 que tanto me gusta...Comentando las noticias del día con Albert (le habían grabado los de La Sexta y esperaba ante la tele por si salía), que estaba  a punto de marchar a Cala Monjoy para destrozar y cerrar El Bulli, desfilaron unos rollitos de primavera sabrosos, aunque sin nada que destacar en ellos. Ricos, sin más. Un temaki de caballa con salsa de ciruela, su arroz, sus algas, wassabi y su shiso verde me dejó, de nuevo, con una gran sensación, en el paladar, en la panza y en la cabeza. Qué bien queda el pescado azul en temaki, cómo combina con el arroz y la alga, cómo contrasta con la salsa y cómo le da un toque de frescor y especiado al mismo tiempo el shiso verde. Un gran plato. Terminé con unos yakitori de pollo campero, ligeramente picantes, que me dejaron con las ganas de más...todo el equipo había estado deshuesando muslos de pollo (más de 400...) porque Albert se llevaba no sé cuántos yakitori para la fiesta de cierre de El Bulli. Menos mal que algunos se quedaron en Dos Palillos.
Acompañó muy bien la parte final de esta pequeña reconstrucción (seguirán más, ¡seguro!) el cava Bertha Brut Nature Reserva, que en esta casa sirven por copas. Hasta donde yo sé, Bertha es producto de la voluntad y de los sueños de un négociant, Josep Torres Sibil. No tienen viñedos propios y cada año trabajan mucho en un proceso de selección de vinos base, que incluye más de sesenta catas de viñedos de todo el Penedès. Muchos lo hacen pero pocas veces los resultados son tan notables como en Bertha. Los seguidores de este blog saben que soy adicto a su Pinot Noir Reserva desde hace mucho, pero reconozco que la capacidad de este BN Reserva (ensamblaje clásico con una crianza promedio de 20 meses) para quedar bien con casi todo es grande. Es un cava todoterreno, con buena presencia en boca, sápido y agradable, en el que no desentona nada: tiene el amarillo discreto del trigo tras el envero, una burbuja fina que se concentra en una columna central, un carbónico que no sobresalta, una nariz delicada pero con poder (albaricoque y anís estrellado) y un paladar agradable y envolvente. No hay evolución y las lías se notan pero con mucha discreción: pan blanco, casi.
Cuatro paradas para cuatro horas de suave reconstrucción. Cuatro de mis lugares preferidos en Barcelona que, para qué os voy a engañar, tenían como único objetivo final la siesta de tres cuartos de hora que me administré tras rehacer mi camino monte arriba. Qué bien sabe una siesta aunque cuando te despiertes no encuentres ninfa que te sosiegue...