La película, aun así, consigue destacar respecto a sus predecesoras (tanto en forma como en contenido). En primer lugar, ningún actor figura en el reparto como intérprete de Henry, porque no es un personaje, sino una cámara especialmente adaptada que han llevado diferentes especialistas en cada escena. En segundo lugar, nuestros ojos son siempre los del protagonista (la pantalla es nuestro campo de visión compartido) y el filme no quiebra nunca esa regla, por muy comprometida que sea la escena (en lo técnico, no en lo argumental). Y por último, la violencia extrema, exagerada, inmotivada, gratuita, obscena, espectacular, incesante y pasada de vueltas que funciona como principal y casi único ingrediente de la historia, arrojada sin pudor ni control sobre nuestras retinas. Esta y no otra es probablemente la razón por la cual, a pesar de tanto despliegue técnico y de originalidad narrativa, el filme ha quedado fuera del estreno en cines y ha pasado directamente a los circuitos secundarios. Su historia sangrienta y el estilo hardcore al que se alude en el título también servirá de excusa a unos cuantos para rebajar o denigrar el balance crítico; ya que su convincente apuesta formal no es suficiente para dejar de lado tanta casquería...
Y es que el guión, a pesar de semejante acumulación de acción salvaje, acierta al no intentar explicar las causas de lo que sucede en la pantalla: Henry despierta de pronto en una mesa de montaje mientras finaliza su proceso de ensamblaje; la mujer que le atiende dice ser su esposa, que lo hace para mantenerle con vida. El espectador tiene la misma información que el protagonista, y aunque es lógico que ambos se pregunten si todo lo que pasa es cierto, la carrera desesperada por la supervivencia que se inicia en ese mismo instante diluye toda duda narrativa razonable. Hay que dejarse llevar, disfrutar de las escenas milimétricamente planificadas, dejarse llevar por la velocidad a la que se suceden los acontecimientos y pasar por alto la posibilidad de ampliar algunos límites de la narración audiovisual.
No puedo evitar pensar en las consecuencias que un anclaje tan ortodoxo del punto de vista podría aportar al relato cinematográfico, preguntarme hasta qué punto el director podría haber ensayado algún nuevo recurso; aunque valoro el impecable sentido del espectáculo que derrocha Hardcore Henry, renunciando a cualquier experimentación con un infraguión descaradamente estándar. El filme se conforma con presentar un fragmento de vida de su protagonista; y aunque hay saltos temporales menores (no es una película de toma continua, lo que sin duda habría restado eficacia al conjunto) todo el filme es en la práctica una sucesión continua de combates que el protagonista libra mientras huye de su perseguidor. Ni Henry ni los espectadores tenemos tiempo de preguntarnos o de comprender los motivos, saber si la esposa es realmente quien dice ser, si todo es un sueño o una pesadilla muy real... La tecnología eclipsa cualquier tentación estilística y es un acierto dado el objetivo de la película. Para quienes --como yo-- esto no es suficiente, al menos nos consuela comprobar cómo Naishuller no se ha dejado tentar por la experimentación pedante, sino que ha fabricado una historia altamente sensorial y percutante, exactamente lo que se espera de una película de acción elevada a la enésima potencia tecnológica.
Aun así, su director se permite dos frivolidades geniales: un número musical interpretado por los avatares virtuales de uno de los coprotagonistas, una original coreografía de I've got you under my skin (toda una metáfora de lo que representa Henry para quien ve la película), y los chispeantes diálogos de un soldado británico que acompaña a Henry en una de sus mayores carnicerías. Pero ahí se acaba todo; el resto consiste en hacer más atractivos los enfrentamientos a base de ubicarlos en los lugares más propicios, como la batalla en el edifico en ruinas, lo más parecido a un videojuego que yo haya visto nunca, rodada con auténtico sentido del espectáculo cinematográfico. Y por supuesto una apoteosis sangrienta y exagerada para cerrar la historia de la única manera posible...
Quizá Hardcore Henry sea lo que esperaba esa generación que hace ya bastantes años se decantó por el videojuego y dejó de interesarse por el cine, decepcionada y/o aburrida por sus limitados progresos en interactividad y espectacularidad. Ahora parece que los caminos de ambos medios vuelven a unirse gracias a los avances en tecnología digital, sobre todo las cámaras GoPro. No tengo ni idea de lo que saldrá de aquí, pero la película va a quedar como un hito formal en la historia del cine, a pesar de la mediocridad que --como sucedió en El nacimiento de una nación (1915) de D. W. Griffith-- llena su historia.