Es esa época del año otra vez. En que saco del armario mi turkey baster para asar el pavo, y empiezo a contar las semanas y los días para el día de Acción de Gracias.
Y en el blog, quiero hablaros de aquellas cosas por las que me siento super agradecida este año. Aquellas cosas que valoro enormemente, o que, al mirarlas cuidadosamente nos damos cuenta de que tienen más valor de lo que pensábamos.
Ésta es una de esas cosas:
Llegué al despacho de la presi, en la Facultad de Pedagogía una mañana. Me había olvidado la llave de la oficina y la opción más rápida era ir hasta allí para pedirle prestada su copia. Me sonrió: “¿Has cambiado de bolso...?” (razón por la que muchas mujeres a veces nos olvidamos algo en casa). Puse cara de “qué despistada soy...” y rompí a llorar.
Aquella fue la primera vez que alguien veía uno de mis episodios claustrofóbicos que esta ciudad me causaba de tanto en tanto. Nada más y nada menos que mi jefa.
Me encantaba mi trabajo. Siempre me he sentido orgullosísima de trabajar en un equipo como el mío por una causa tan valiosa. Pero en muchas ocasiones me sentía terriblemente “encerrada” en un lugar haciendo algo que no deseaba hacer toda mi vida. ¿Por qué no dar un giro y cambiar totalmente de vida? Quizás comenzar un nuevo camino en el que me sintiera realizada.
Pero aquel momento no había llegado todavía, y seguí disfrutando en aquella organización que era ya mi segundo hogar.
Un par de años más tarde, mientras me encontraba delante del ordenador, la coordinadora me llamó por teléfono comunicándome su próxima visita para tratar temas de la oficina. Ah. Pues muy bien. Qué específico y qué claridad... Entonces algo se encendió en mi cabeza y supe que mi tiempo allí estaba a punto de terminar.
Casi tres semanas más tarde, Marc me ayudaba a empaquetar las últimas cajas de la oficina, y la presidenta, junto con el resto del equipo, se despedían de mí como si fueran de mi familia. A medida que caminaba hacia mi coche, la tristeza se mezclaba con una extraña sensación de gratitud. Aunque dejaba aquel lugar con mucha pena, ahora por fin podría hacer esto y lo otro... Ir allí y a no sé dónde... y hacer... ¿el qué? No tenía mucha idea. Pero me sentía libre.
Sé que es poco usual sentirse agradecida cuando una se queda sin el mejor empleo que ha tenido en la vida. Pero yo no dejaba de decir “Gracias, Señor, gracias, Señor...” porque aquello me dio la oportunidad de comenzar algo totalmente nuevo. Me ha “obligado” a replantearme muchas cosas y a buscar alternativas que van más conmigo. A salir de una especie de status quo en el que me estaba quedando dormida.
Casi nueve meses más tarde, no he montado una empresa ni me he convertido en escritora, y todavía no he expuesto mis fotografías en una galería. Pero sé que estoy construyendo a cada paso, el camino que me lleva a lo que viene a continuación. Y eso es algo por lo que una debe estar siempre agradecida.