Ayer para mí fue un día triste, un día muy triste. De esos que dejarán cierta huella en el camino que recorremos.Mi hijo más pequeño empezó afirmando que Santa Claus no existe, que los regalos los compran los padres. Así taxativo, sin concesiones. Yo le dije que bueno, que aunque la figura de ese gordo bonachón que entra por la chimenea no es el que reparte los juguetes, sí que hubo en su día una figura, San Nicolás que lo inspiró. Sería una explicación suficiente o no, pero el preguntó seguidamente si los Reyes Magos eran lo mismo o si eran reales y sin esperar la respuesta, volvió a la carga preguntando si los regalos de Reyes del año pasado los habíamos comprado nosotros. Y de nuevo a la carga, ¿los reyes sois vosotros?Busqué apoyo exterior, intenté soslayar la pregunta, pero él insistió: ¿Son los reyes los padres?Le respondí con otras preguntas: ¿Por qué preguntaba eso?¿Qué sabía él?¿Qué le parecía a él?A todo esto su hermano mayor, que ya sabe de que va la feria, pero que siempre se ha hecho el loco, porque a él lo que le hace más ilusión es tener lo que pide; lo miraba con los ojos como platos. Fue muy prudente, como siempre suele y no soltó prenda, me tocó lidiar a mí solito.Insistió de nuevo y de nuevo volví a responderle con una pregunta: ¿Qué pasaría si así fuera?Él que se olía la tostada, dijo que bueno, que no le parecería mal, que lo que no entendía es lo de encontrar al día siguiente el agua de los camellos a mitad y llena de pelos.