Y ahora las razones de Cuarón: por un lado está su preferencia por las tomas largas, elaboradas «falsos» planos-secuencia donde las tecnologías digitales y fotográficas mantienen la ilusión de un único tiempo y espacio. Sabemos que no es así, pero resulta fascinante asistir al reto de resolver la acción sin recurrir al montaje analítico (a día de hoy tan acelerado y fragmentado que más que analítico es atomizado. Basta echar un vistado al prólogo de Quantum of solace (2008) para saber a qué me refiero). Y por otro lado la necesidad de contar con guiones sólidos, bien trabajados, que inviten a la militancia y/o la reflexión; o por lo menos encajen con un determinado sentido general de la existencia, ya sea en abstracto, absoluto o trascendente. Por eso sus protagonistas los interpretan actores de primera fila, porque su cine no suele dejar indiferente (para bien o para mal).
La cosa es que Gravity se puede resumir en una sola palabra: espectacular. Es una película técnicamente impecable que explota a la perfección el espacio (nunca mejor dicho) en el que se desarrolla la historia. De entrada, deslumbra el nivel de detalle y de nitidez de las escenas de acción, pero tambien la liberación de la dictadura del eje espacial para la cámara: se la ve fluir constantemente, desplazándose, orbitando alrededor de los personajes, encajonada en pasadizos, girando, deteniéndose, atravesando materiales transparentes... Gravity es una virguería digital plena. La diferencia respecto a otros títulos tanto o más espectaculares es que no se recurre a la casquería ni a los bichos raros; se supone que el drama humano debe bastar (y quizá por eso atrae a más público). Eso sí, que nadie se engañe: respecto al guión, la película apenas sobrevive con una mínima línea argumental. Estamos más cerca de Prometheus (2012) que de Blade runner (1982).
En este sentido, el filme de Cuarón me recuerda a Buried (2010), que sigue manteniendo el récord de minimalismo narrativo, pero en lugar de comprimir el espacio al mínimo, aquí se trata de expandirlo y de liberar la cámara hasta el infinito. La escena que sirve de prólogo (un plano continuo de casi diez minutos) contiene prácticamente toda la información que requerirá la película: situación, personajes, retos... La cámara salta de un personaje a otro, escuchamos sus conversaciones por radio, nos dejamos deslumbrar por las imágenes en segundo plano... Mientras tanto, el espectador --que es lo que quiere Cuarón-- permanece boquiabierto en su butaca. Para cuando se quiera dar cuenta de que no hay más, ya estará atrapado en la vistosidad de las imágenes. Gravity no consigue llegar al mismo grado de perfección que Hijos de los hombres (2006), y mucho menos a su calado político: de entrada, no creo que ese haya sido uno de sus objetivos (no todas las películas ambientadas en el espacio tiene que resultar profundas), sino más bien el entretenimiento y dar por cumplido un sueño de la infancia (Cuarón quiso ser astronauta durante muchos años).
No debemos esperar que una película que asume los riesgos de un reparto y un argumento mínimos y lo fía todo a la tensión (demasiado predecible a veces por culpa de la banda sonora) y a la espectacularidad contenga además una filosofía de la vida y del amor; eso sería demasiado. Gravity colma con creces las expectativas que suscita: buen cine comercial para ser disfrutado sin problemas y sin dar la sensación de que has bajado exageradamente tu listón como espectador.