David de Aubsburg en el XIII, la define como; "un torpor indolente, que tiende al sueño y a todas las comodidades del cuerpo, odia el trabajo, huye cualquier cosa costosa y se deleita en la ociosidad".
Pero no siempre ha sido un "pecado", para los clásicos griegos el ocio era el estado natural de los hombres libres, el trabajo era de esclavos. Bertrand Russell, ya en el siglo XX, en su Elogio a la Ociosidad aboga por una disminución sistemática del tiempo de trabajo para el resto del tiempo dedicarlo a lo que uno quiera.
Una de las cualidades de la sociedad actual es que en ella perviven todo tipo de creencias y filosofías, todo depende del círculo social en que te muevas, tenemos pensamiento mágico, pensamiento científico, tenemos adictos al trabajo y adictos al ocio. Incluso puede que todas vivan dentro de la misma persona...
El gran pecado de la pereza no es el dedicarse al ocio, al disfrute personal, al deleite de los sentidos. El gran pecado es dejar de luchar, dejar de construirse como hombre, como persona, dejar de aprender, dejar de ser humano. Conformarse con ser un animal, comer, dormir y follar, olvidar el camino y quedarse en el ahora.
Más profunda es la pereza social, sociedades (empresas, estados, organizaciones) que no están implicadas en su construcción, que no participan en política (en el sentido más amplio del término), están sumidas en "el sálvese quien pueda", en el "pan y circo". Sociedades, que con sus normas no permiten a sus individuos caminar hacia su realización. Que intentan preservar derechos adquiridos, pensando que el poder está en poseer bienes, cuando el verdadero poder está en las personas, en su capacidad para desarrollarse y en poner en práctica sus ideas. El poder no es un estado, es un movimiento dirigido.
La pereza solamente desaparece cuando se tiene hambre o sed. ¡Tengo hambre de justicia y sed de saber!