Pero ¿para qué sirve la autoestima?

Por Cristina Lago @CrisMalago

¿Qué es la autoestima? Hace tiempo hice un pequeño experimento y solicité a veinte personas que lo definiesen con sus propias palabras. Estas fueron las conclusiones.

Para una parte significativa de los cuestionados (11), la autoestima era básicamente sentirse a gusto con uno mismo. Para los 9 restantes, la autoestima tenía que ver con lograr objetivos, tener pareja, tener un buen trabajo (o trabajo, a secas), tener una casa en propiedad, tener éxito social, ser atractivo para el sexo opuesto, etcétera…

Existe una sustancial diferencia entre ambas concepciones. En el primero de los casos, la autoestima se presenta como un logro que depende de uno mismo. En el segundo de los casos, esta descripción de autoestima parece depender de un montón de factores totalmente impredecibles y variables.

¿Cuándo apareció el concepto de autoestima en nuestras vidas? El amor propio se ha incorporado a la mercadotecnia como un reclamo más, pero fue Aristóteles, y no L’Oreal quien lo plasmara por primera vez en su Ética a Nicómano.

Para muchas personas, ego y autoestima se confunden, porque en la sociedad actual, el narcisismo se considera sinónimo de quererse.

En la película de Martin Scorsese El lobo de Wall Street, se nos muestra un personaje, interpretado por Leonardo DiCaprio, que se hace millonario a base de estafas bursátiles. Lo que gana se lo gasta en drogas, orgías y caprichos extravagantes. A ojos de una sociedad hambrienta de abundancias y harta de preocupaciones, este estilo de vida se nos antoja envidiable, el sueño capitalista elevado a la enésima potencia encarnado en alguien que parece quererse mucho a sí mismo. Sin embargo, una revisión atenta del filme no nos revela en ningún momento nada que se parezca a la autoestima. El protagonista parece más bien un maníaco compulsivo que necesita de estímulos constantes para sentirse bien o cae oprimido por un agobiante aburrimiento. 

La autoestima se confunde del mismo modo con el estado de ánimo . El ánimo es fluctuante: uno puede estar alegre, o estar de bajón, o sentirse enfadado, frustrado o impotente. La autoestima no garantiza una vida tranquila. No garantiza que conservarás tu trabajo, que no perderás a un ser querido o que siempre gozarás de excelente salud.

La autoestima significa responsabilizarte totalmente de tu actitud ante los acontecimientos que lleguen a tu vida. También significa entender que la primera persona que ha de acogerte, asistirte y ayudarte en toda circunstancia eres tú. Si tú, el capitán de tu barco, eres el primero que huye cuando éste se hunde ¿cómo te extrañas de que hayan huido los demás?

La autoestima es vernos tal cual somos, sin vendernos la moto y aún así, dedicarnos cariño, afecto y admiración por las cosas buenas y ganas de cambiar las que no nos gusten. Es evidente que cuanto te va bien, es más fácil quererse. Donde vas a comprobar la autenticidad de este amor es cuando vengan las vacas flacas: cuando todo sea adverso en el exterior, o te evades o no tienes más huevos que encuentrar en tu interior lo que te haga digno de ser amado.

No es fácil construirse una buena autoestima. Hay momentos en la vida donde no conseguimos evitar que el amor propio parezca desinflarse como un globo pinchado y aun así, nos exigimos enjugarnos las lágrimas, levantarnos y salir adelante. El consejo más habitual que se da cuando una persona sufre un revés es: sal, distráete, conoce gente, habla con amigos, no pienses en ello, etcétera…El mensaje subliminal es: sigue huyendo, no te detengas, no llores, no afrontes y por tanto, no crezcas. ¿De dónde vamos a sacar la autoestima si no nos paramos un momento a digerir los golpes o aprender de ellos?

Da igual cuales sean las circunstancias, los pleamares de la vida. No quererse es el primer delito de lesa humanidad y está, una y otra vez, penado por la vida. Una y otra vez, todos nuestros caminos nos llevarán a la evidencia de que el amor, como la caridad, ha de empezar por uno mismo. Como en aquel precioso poema de Martha Medeiros muere lentamente quien no encuentra gracia en sí mismo.