Perro mojado

Publicado el 17 septiembre 2023 por Claudia_paperblog

La gente me huele a agrio, a veces a perro mojado. Incluso yo misma siento que huelo a agrio. En las escaleras mecánicas, siempre dejo dos escalones de distancia entre la persona que tengo delante y yo porque no quiero estar tan cerca de nadie. Observo como la persona que me sigue en la fila no deja ni un solo escalón de distancia conmigo, pero, para mi sorpresa, eso no me molesta, siento a esa persona lejos, la contemplo desde la ventaja de mi posición más elevada.

Ayer llegué a una conclusión que me aterró. Ya nunca me aburro. Al principio, lo dije con orgullo. Luego, con lástima de mí misma. Siempre estoy rodeada de gente y les quiero, acaricio la suave cara de M., que es arisca, que nunca abraza y luego me quedaría dormida entre sus brazos. Voy a echarla de menos. Ese descubrimiento, el de no aburrirme nunca, me causó tristeza. Voy demasiado rápido a todos lados. Mis padres se preocuparon, ya me lo dijeron cuando les confesé que besé a J.

-Nos preocupa esa necesidad constante que tienes de estar haciendo siempre cosas, eso te pasa desde que lo dejasteis.

No me gusta que se preocupen por mí, menos cuando ni yo soy capaz de ver el problema. Siento que con J. ya era un poco así, que siempre organizaba mil planes, que él siempre se admiraba de que me diese tiempo de hacer siete cosas diferentes cuando a él solo le había dado tiempo de una. Antes eso era bueno, ahora quizá es excesivo. Antes también pasábamos mañanas enteras en la cama, durmiendo, despertando, muriendo de placer. Ahora ya no.

Después de traducir nuestra historia, nuestro diccionario del mundo, sentí que cerraba una especie de capítulo, pero ¿qué me quedaba después? Cuando es cruel conmigo quiero pensar que lo hace por mí, pero creo que lo hace por sí mismo, que ya no me quiere. Creo que me puso los cuernos y yo no supe verlo, tal vez se piensa que yo hice lo mismo. Lloraba con cada palabra nueva, me conmovía lo que había escrito hace unos años.

Los recuerdos vuelven, hace tiempo que no lloro, el rechazo no me deja hacerlo. Nos comimos un trozo de tarta muy bueno en Melbourne, en el edificio de ladrillos que parecía una fábrica, fuimos a la piscina y nos besábamos cada vez que llegábamos a un extremo. Llevaba la barba larga y me besaba con pasión en el portal de aquella casa de colores de Melaka, se enfadó por una tontería y no se bañó en aquella infinity pool, luego nos reíamos de lo cabezota que es. Parece que ya no vea nada de lo bueno que yo tengo y eso me entristece. Cómo me trata ahora me hace ver solo lo malo que llevo dentro, como si no le hubiese amado lo mejor que he podido.

Escribo en las notas del móvil un listado de lo que le quiero decir a la psicóloga, que soy narcisista, obsesiva, celosa, que me creo más inteligente que el resto. Me imagino una escena en la que la psicóloga me dice: Hagamos un test de cociente intelectual, para saber si realmente soy más inteligente que la media. Y yo respondo que, aunque la nota no fuese más alta que la de la media, seguiría pensando que soy más inteligente.

Me leo la novela entera en un día, hacía tiempo que no me pasaba algo así, pero me siento identificada con las rarezas de la protagonista, es medio autobiográfica, así que me siento identificada con las rarezas de la autora.

Recuerdo cuando lloré en aquel parque, hacía frío, era febrero. Nos vimos después de mucho tiempo. Te amé igual que el primer día, aunque tenías la mirada apagada. Lloré en ese parque cerca de la playa, hoy he pasado por delante. Lloré porque yo estaba con otro y sentía que lo nuestro se había acabado para siempre. Al final no lo decido nunca yo, lo escoges siempre tú, cuando más te conviene. Al despedirnos, me alzaste en brazos y me diste vueltas y me hiciste reír mucho. Quiero eso otra vez.

Me imagino que te encuentro por la calle, que yo voy con un chico andando y que me entran ganas de vomitar al verte, que se me mueve todo por dentro cada vez que te veo. Ayer iba en furgoneta, la ventanilla bajada, mi mano sintiendo el viento, como en una película indie. Le dije que tú eras el amor de mi vida y que lo ibas a ser siempre. Lo dije sin acritud, sin amargura, lo dije como quien afirma que mañana es lunes e irá a trabajar, como un hecho real e incontestable. No me niego al amor, sé que puede haber diferentes maneras de amor, diferentes relaciones y seguro que encontraré a alguien con quien quiera compartir parte de mi vida, pero nunca de la misma forma. Y admitirlo, en realidad, es bueno. Ser conscientes de que no se repetirá es bueno.