Los personajes, en toda historia, son el alma de la trama y, gracias a ellos, ésta se ancla en nuestra memoria. Existen personajes principales y otros que les acompañan y que, muchas veces, resultan inolvidables porque brillan con luz propia. Ahí están el tierno y entrañable Sancho Panza y el inigualable Watson. “Yo veo a los personajes y los oigo desde antes de escribirlos; sin embargo, mientras los escribo veo cómo se convierten en seres vivos, con los que soy capaz de dormir y a los que recurro mucho tiempo después cuando necesito consuelo y quiero reírme o me urge alguien con quien echarme a llorar”. Estas palabras de la escritora Ángeles Mastretta acerca de la creación de sus personajes, nos sirven también para hablar de la unión entre personaje-autor y personaje-lector. En definitiva, nos acercan a esa fusión que se genera tanto al ser creados como al ser leídos. La primera unión es evidente y la segunda la extraemos de estas palabras de Mastretta ya que el lector también convive con los personajes tras acabar de leer la novela, no los puede abandonar tan fácilmente. Existen infinidad de novelas en las que esos personajes secundarios se convierten en imprescindibles; emergen de entre los demás y, en cantidad de ocasiones, perduran en el recuerdo. Quizá porque aportan humor, misterio, visión extrema de la vida, sarcasmo, amor, ternura… Muchos de ellos tienen una autoestima muy baja, algún defecto o son delincuentes que se hacen simpáticos o que rozan el límite de la legalidad, se mofan de la ley o se la saltan con “estilo”. En cualquier caso, son personajes con encanto que aportan alegría al paisaje de la novela e incluso nos transmiten otra manera de entender la vida. En La Dama de Monsoreau, Alejandro Dumas cuenta los disturbios políticos y religiosos que jalonaron el reinado del último Valois, Enrique III, junto a una historia de amor. A pesar de que la intriga es constante, las apariciones de Chicot, el bufón del rey, son siempre bien recibidas por el lector. Sus bromas, la forma que tiene de tratar a su señor y su habilidad para convencerle con argumentos ingeniosos lo convierten en un personaje atractivo y hacen que la lectura sea digestible, entre tantos complots palaciegos, damiselas en apuros e intentos de derrocar al rey. Hans Castorp visita a su primo ingresado en un balneario suizo para tuberculosos a cinco mil pies de altura en la novela La montaña mágica de Thomas Mann. Lo que en principio iba a ser una estancia de tres semanas se prolonga a siete años. Es un libro de más de mil páginas que resulta “duro” para leer. Las descripciones son prolijas, el ambiente es monótono y el tiempo parece detenido. Pero la figura de Settembrini, un personaje excéntrico y bohemio con vocación pedagógica que trata de inculcar en la mente del protagonista su visión humanística de la vida, hace que la lectura se agilice. Entre los diversos méritos que se le pueden atribuir a la novela La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón está la utilización de un personaje secundario, Fermín Romero de Torres, un vagabundo que se hace simpático desde el momento en que aparece en escena. El Queque, el retrasado, es otro de esos personajes que se quedan aferrados en la memoria, por su bondad y por querer pasar desapercibido. Forma parte de la inolvidable historia de amor y amistad que crea sirviéndose de un lenguaje envolvente y muy trabajado el autor Francisco Peregil en la novela corta Era tan bella. La Desi se convierte en uno de los bastones en los que se apoya el viejo Eloy para quien la jubilación abre el vacío de una soledad que se hace omnipresente en su vida. Su papel de criada recién venida del pueblo a la ciudad y por ello bastante indefensa les une inevitablemente. La ternura y el afecto que se dan mutuamente atenúa la soledad. Esto ocurre en la novela La hoja roja de Miguel Delibes. Historia triste, pero confortadora. Otro personaje difícil de olvidar es el doctor Rubicundo Loachamín por la complicidad que muestra con el protagonista de Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda. Su llegada al Idilio, dos veces al año, es como la de un salvador para los habitantes de esa aldea pero para el protagonista significa mucho más, porque es el que le suministra los libros que dan sentido al título de la novela. En Seda, de Alessandro Baricco, nos encontramos con Baldabiou. Es un hombre con ideas que expone la suya para que otro la lleve a cabo. El mercader Baldabiou es quien pone en marcha el argumento de la novela con su llegada a Lavilledieu y la apertura del primer telar de seda. Es un personaje escéptico, jugador solitario de billar con una estoica visión del mundo muy influyente en Hervé Joncour, el protagonista. Es el cómplice de los secretos del personaje principal. De esta forma, podríamos ir enumerando muchos más pero nos parecen suficientes para demostrar que, aunque todos estos personajes con encanto pertenecen a novelas distintas, poseen algo en común: su composición tiene que estar supeditada a las necesidades narrativas, incluso en detalles en apariencia insignificantes, como afirma Federico Andahazi.