Primer plano del maestro Roldán. La misma estampa de su ancestro, el indómito Inca
El anestesiólogo peruano Dr. Damasco Roldán nació en el pueblo de Toro Muerto, provincia de La Tortura, muy cerca del Santuario del Divino Torero.
Desde muy niño se apreció en él una dualidad "sin dolor-con dolor" en su personalidad: por las mañanas jugaba al "doctor" con sus primitos, asumiendo el papel del héroe que aliviaba el dolor de los enfermos; por las tardes acompañaba a su tío Pepito Alvarez -el carnicero- al matadero local, a disfrutar del show dado por sus hábiles y certeros matarifes.
Por mérito propio e indiscutible se convirtió en uno de los mejores anestesiólogos de su país: maestro de especialistas de primer nivel, pionero en el uso de modernas técnicas anestésicas y artífice de la solución de los casos más complicados en sala de operaciones. En sus muy famosas conferencias resaltaba el trascendental papel del anestesiólogo en la supresión del dolor y el sufrimiento de los pacientes sometidos a cirugía.
-"Es imperdonable que un anestesiólogo deje que su paciente sienta dolor"- nos repetía a cada momento.
Por eso no dejaba de sorprender ingratamente a colegas de quirófano, enfermeras, residentes de anestesiología, ver al maestro Roldán en la plaza de toros de la capital, hacer vivas al torero que se disponía a realizar al pobre animal una extirpación cardíaca-hepática-renal más encefalotomía sin anestesia. En sus muy recordadas charlas de tauromaquia celebraba el trascendental papel del torero en poner el toque sanguinario a la fiesta brava.
-"Es imperdonable que un torero deje que un toro muera sin dolor y sin tortura"- insistía en su interesante charla taurina.
El caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde a la manera de Damasco Roldán: combatiendo el dolor en el quirófano y reclamando tortura y masacre desde la tribuna de la plaza de toros
Sin embargo, para la gran mayoría el maestro Roldán es tan bondadoso que cuando deje este mundo se irá directo al cielo. Pero los pobres toritos muertos en el ruedo, en su calidad de animalitos indefensos, también se van al cielo.
Allá arriba, en el paraíso, el Dr. Roldán y los toros flagelados saldarán cuentas.
Dios, si existe, tendrá que estar a favor de los toros.