Peter Zumthor, el cuerpo de la arquitectura

Por Marcelogardinetti @marcegardinetti

El conservador del museo me hace una entrevista. Trata, mediante una serie de preguntas, prudentes o sorprendentes, de escuchar lo que digo, y dilucidar que pienso sobre la arquitectura, o que es importante para mí en mi trabajo. La grabadora corre. Lo hago lo mejor que puedo, pero al final de la entrevista no estoy realmente contento con mis respuestas.

Después, por la tarde, converso con una amiga sobre el último film de Aki Kaurismaki. Admiro la simpatía y el respeto que el director muestra con 10 personajes de su pelicula. No subordina a los actores, como lo haría un director que quisiera meramente representar su concepción a través de ellos, sino que, más bien, pone en antecedentes a los propios actores, nos deja sentir su dignidad, su secreto. El arte de Kaurismaki confiere a sus películas una expresión de calidez, le digo a mi colega, y ahora sé de qué me habría gustado hablar por la mañana ante la grabadora. Seria hermoso poder construir casas como Kaurismaki hace películas.

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El hotel en donde me alojo es obra de una estrella del diseño francés, cuyo trabajo no conozco porque, propiamente, no me interesa el diseño de moda. Pero nada más entrar en el vestíbulo del hotel, la escenificación empieza a ejercer sus efectos. La luz artificial ilumina el vestíbulo como si fuera un espacio escénico. Mucha luz tenue, que, en los nichos de la pared sobre los mostradores de la recepción, trabajados con variadas piedras naturales, cobra acentos luminosos. Quien tome la escalera que se sube elegante hasta la planta circular de la entreplanta, camina ante una resplandeciente pared de pan de oro. Arriba podrá sentarse para tomar una bebida o para comer en uno de los palcos que miran hacia abajo, hacia el vestíbulo. No hay mis qué sitios buenos.

Christopher Alexander, que en su libro A Pattern Language [Un lenguaje de patrones]habla de situaciones espaciales que instintivamente gustan a los seres humanos, probablemente se encontraría bien aquí. Me siento en la parte de arriba como un espectador y me encuentro bien como parte de la eseenificaci6n del diseñador.

Me es grato observar desde arriba el tráfico del vestíbulo, la gente entrando y saliendo, haciendo su aparición en la escena. Me resulta comprensible el éxito de este diseñador.

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Ella había visto, dice H., una pequeña casa construida por Frank Lloyd Wright que le había impresionado sobremanera. Los espacios eran bajos, pequeños e íntimos. Disponía de una diminuta biblioteca con una lámpara especial; por todas partes había multitud de adornos arquitectónicos. Toda la casa transmitía una fuerte sensaci6n de horizontalidad que ella nunca había visto hasta entonces, y aquella mujer anciana todavía vivía y moraba allí. No necesito ver la casa, pienso para mis adentros, sé muy bien a lo que se refiere, ya conozco esa impresi6n de lo que es una vivienda.

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Como jurado se nos presentan edificios de arquitectos que compiten por un premio que se concede a la buena arquitectura. Estudio la documentación de una casita roja de madera en un entorno rural, un granero convertido en vivienda y ampliada por sus moradores, que son arquitectos.

La ampliación ha salido bien, pienso para mi coleto. El volumen del edificio bajo una cubierta a dos aguas deja reconocer el edificio anejo, y produce la impresi6n de algo bien modelado y unitario. Los huecos de las ventanas han sido colocados con sensibilidad. Lo viejo y lo nuevo guardan un equilibrio. Las partes nuevas de la casa no parece que quieran decir "SOMOS nuevas", sino que, más bien, nos susurran "somos parte del nuevo todo". No hay ahí nada espectacular o innovador, nada que salte como tal a la vista. Desde el punto de vista creador, quizá sea propio de una actitud más bien pasada de moda, artesanal. Todos estibamos de acuerdo que no se le podía dar ningún premio a esta rehabilitación; es demasiado modesta en sus aspiraciones arquitectónicas. Sin embargo, me gusta volver a pensar en aquella pequeña casa roja.

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En un libro sobre construcciones en madera despiertan mi interés algunas imágenes de grandes superficies de agua en las que flotan, apretados unos a otros, campos inmensos de troncos de árboles. Me dice mucho hasta la imagen de la tapa del libro, un collage a base de maderos cortados en distintas secciones transversales, pero no tanto la multitud de ilustraciones de construcciones en madera, aunque son de calidad. La época de mis propias construcciones en madera ha quedado ya unos años atrás.

"Después de haber trabajado durante años en construcciones de piedra y hormigón, acero y vidrio, ¿cómo querrías construir hoy una casa de madera?". me pregunta mi joven colega. Me viene enseguida en mente la imagen de dónde puedo sacar mi respuesta: un bloque macizo de madera, grande como una casa, un volumen compacto a base de la masa biológica de la madera y estratificado horizontalmente, se ahueca practicando en 61 ranuras con la altura de las habitaciones y cavidades bien precisas, transformándolo en un edificio ... "Y el hecho de que el volumen de la casa así construida varíe su extensi6n al hincharse o contraerse la madera, el hecho de que al principio se mueva y pierda una altura considerable habría de ser entendido como una cualidad suya, tematizada en el proyecto", le digo yo.

"En mi lengua materna, el español, se da un parentesco entre los términos 'madera', 'madre' y 'materia", contesta mi joven colega. Y así iniciamos una conversación sobre las propiedades sensoriales y el significado cultural de las materias primas madera y piedra. y cómo podríamos conseguir que se expresen en nuestros edificios.

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Central Park South, Nueva York. Sala en la planta superior. Por la tarde. Ante mí, el inmenso rectángulo de árboles del parque, enmarcado en la masa elevada, pétrea y luminosa de la ciudad. Las ciudades grandiosas se fundamentan en ideas de ordenaci6n claras y grandiosas, pienso para mí. La trama viaria rectangular, la línea oblicua de Broadway, las líneas costeras de la península. En las cuadriculas se agolpan los edificios, crecen hacia lo alto, de una forma individualista, narcisista, anónima, sin consideraciones, domeñados en la retícula.

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La antaño villa urbana se encuentra algo perdida en la extensión del parque. Ha sobrevivido a las destrucciones de la II Guerra Mundial como única vivienda de esta parte de la ciudad. Utilizada durante mucho tiempo como embajada. la villa ha visto aumentado su volumen en un tercio más del original, según los planos de un arquitecto muy capaz. Lo nuevo edificado ha sido añadido al antiguo edificio de una forma recia y con seguridad en sí mismo. Por un lado, el zócalo pétreo de la casa, el estuco de la fachada y las balaustradas, y por otro, un volumen contemporáneo añadido, más reducido, a base de hormig6n visto, controlado en la hechura de su volumen, y que se recuesta contra la antigua construcción, pero guardando, en lo que concierne a su configuración, una distancia que permite el diálogo con lo antiguo.

No puedo por menos pensar en el antiguo castillo de mi aldea. A través de los siglos fue reconstruido y ampliado muchas veces. Se fue desarrollando, paso a paso, desde su condición de varios edificios aislados hasta lo que es hoy: una instalación cerrada con un patio interior. En cada uno de los diversos estadios constructivos se volvía a producir una nueva totalidad arquitect6nica, sin que las rupturas hist6ricas fueran tematizadas en su configuración. Lo viejo fue adaptado a lo nuevo, o lo nuevo a lo viejo, porque, como es natural, siempre se aspiraba a dar a todo aquello el aspecto cerrado en sí mismo de cada nuevo estadio. Sólo si se analiza su sustancia, se aleja el afeite y se investigan las juntas de los muros, estos viejos edificios dan a conocer la compleja historia de su génesis.

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Entro en el pabell6n de la exposición. Una vez más la escenificación de paredes torcidas, de planos oblicuos, superficies unidas entre sí de una forma suelta y lúdica, de postes y cables que cuelgan, apoyan, flotan, tiran, tensan o descargan. La composici6n niega el Angulo recto, busca un equilibrio informal, una arquitectura que da una sensación de dinamismo que simboliza el movimiento. Su gesticulación se apropia del espacio, quiere impresionar y ser mirada. Me queda poco espacio para mí. Sigo por el tortuoso sendero predispuesto por la arquitectura.

En el siguiente pabellón me encuentro con la elegancia de altos vuelos trabajada con líneas y formas de los edificios del viejo maestro brasileño Oscar Niemeyer. Una vez más, despiertan mi interés las fotos de los grandes espacios, el vacío de las inmensas superficies del lugar.

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En la playa de un pequeño lugar de baños en la región italiana de Cinque Terre, visitado mayoritariamente por huéspedes italianos, llama la atención que muchas mujeres lleven un tatuaje en la piel, me cuenta A. Se aseguran de su cuerpo, lo entronizan para autoafirmar su propia identidad. El cuerpo como refugio en un mundo que parece estar desfigurado por los signos artificiales de la vida, donde los filósofos reflexionan sobre realidades virtuales.

El cuerpo humano como objeto del arte contemporáneo. ¿Se trata de preguntas que aspiran a lograr un conocimiento o una revelaci6n, o más bien el propio cuerpo es una garantía de la propia identidad, que únicamente se sigue consiguiendo si yo me veo en el espejo o con los ojos de los otros?

Visito la sala donde se exponen proyectos de arquitectura contemporánea francesa. Llaman mi atención una serie de resplandecientes objetos de vidrio, de volúmenes sin cantos y con formas suaves. Redondeces elegantemente tensadas, que abomban en determinados puntos los volúmenes fundamentalmente geométricos -cuyas siluetas me recuerdan las largas líneas de los dibujos de desnudos de Auguste Rodin- que confieren a los objetos la cualidad de esculturas.

Modelos arquitectónicos. Modelos. Cuerpos hermosos. Se celebra su superficie, su piel, que rodea los cuerpos herméticamente y sin mácula.

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Un cerramiento de vidrio subdivide la longitud del estrecho pasillo del viejo hotel. Abajo una puerta de una hoja, arriba un cristal fijo, ningún marco, los cristales abrazados y anclados en sus esquinas, entre dos planchas metálicas. Una ejecución habitual, nada especial, que seguramente no ha sido creada por un arquitecto; sin embargo, esta puerta me gusta. Lo que a mí me gusta, ¿son las proporciones de los dos vidrios, la forma y, posici6n de los herrajes sobre el vidrio, el resplandor del vidrio en medio de la coloraci6n apagada del sombrío corredor, o bien el hecho -que la altura del pasillo hace visible- de que la hoja superior del vidrio sea mucho más alta que la puerta de abajo, de una altura normal? Realmente no acabo de dilucidarlo.

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Me muestran las fotos de un edificio con una forma compleja. Parecen superponerse distintas superficies, planos y volúmenes, que se alzan oblicuos y rectos, encajados los unos en los otros. El edificio, cuyo aspecto inusual no da ninguna indicación directa de su función, me produce la impresión de algo raramente sobrecargado y atormentado. Se me aparece como algo, en cierto modo, bidimensional, y por un momento creo tener ante mis ojos las fotografías de una maqueta de cart6n pintada de varios colores. Más tarde me dicen el nombre del arquitecto autor del edificio, y me sobrecojo. ¿No seré yo quien está equivocado, no habré juzgado precipitadamente de pura ignorancia? El arquitecto ostenta un nombre de resonancia internacional. Sus dibujos de arquitectura llenos de estilo son conocidos, y no ignoro que sus revelaciones por escrito sobre la arquitectura actual, que incluso tratan temas filosóficos, son publicadas repetidamente.

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Visitamos una villa urbana en Manhattan. Está ubicada en un buen sitio y recién acabada. No hay manera de pasar por alto la nueva fachada en el frente de la calle. En las fotos, el patio de piedra natural enmarcado en vidrio da la impresión de un decorado. Ahora bien, en la realidad, la fachada aparece más unitaria, contenida e integrada en el entorno. Mi costumbre de comentar críticamente lo que veo se esfuma al entrar en la casa, ya que enseguida me cautiva la calidad con la que ha sido construida. El propio arquitecto nos recibe, nos conduce al vestíbulo y, acto seguido, de habitación en habitación. Los espacios son generosos, su concatenación lógica. Uno se alegra por lo que te espera en el próximo espacio, y nunca te decepciona. Es sumamente grata esa calidad de luz natural que cae sobre la fachada trasera de vidrio y a través de un lucernario sobre la escalera.El intimo patio trasero, sobre el que dan las estancias principales, reverbera planta tras planta, y hasta las partes más profundas de la casa.

El arquitecto habla con un tono de respeto y amistad de sus clientes, los mismos que acaban de mudarse a la casa, de la comprensión ante su trabajo, de sus necesidades que trata de satisfacer, de su crítica sobre cosas poco prácticas que se vio obligado a mejorar. Mientras, nos va abriendo las puertas de los armarios, baja los grandes toldos de rejilla que sumergen a la estancia en una luz suave, nos enseña tabiques plegables y acciona gigantescas puertas correderas, que se mueven silenciosamente y se cierran con precisión entre dos listones. De vez en cuando toca la superficie de un material, roza con su mano una barandilla, una junta de madera, el canto de un vidrio.

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En la ciudad que visito hay un hermoso barrio. Edificios del siglo XIX y de inicios del siglo XX, volúmenes macizos a lo largo de una serie ordenada de calles y plazas, construidos en piedra y ladrillo; nada extraordinario, pero típicamente urbano. Los locales públicos están orientados hacia la calle, las viviendas y locales de trabajo, en cambio, se extienden tras la protecci6n de sus fachadas, manteniendo oculta la esfera de lo privado detrás de sus rostros representativos, detrás de rostros anónimos, delimitando con toda claridad su dominio respecto al espacio público que arranca rudamente al pie de las fachadas.

Me habían dicho que en este barrio viven y trabajan muchos arquitectos, cosa que me volvió a la memoria cuando, unos días más tarde, visité en la misma ciudad un ensanche urbano planeado por prestigiosos arquitectos, no pudiendo por menos de pensar en la parte delantera y trasera de aquellas estructuras urbanas, en la perfecta articulación de los espacios públicos, en el distinguido recato de las fachadas y en los volúmenes constructivos concebidos para adaptarse exactamente al cuerpo de la ciudad.

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Durante años trabajamos en el concepto, la forma y los planos de nuestras termas de piedra. Luego se construyeron. Me encuentro ante los primeros bloques que los albañiles han levantado con las piedras de la cercana cantera. Estoy sorprendido e irritado. Todo corresponde exactamente a nuestros planos, aunque no me había imaginado esa presencia dura y, al mismo tiempo, blanda, lisa y rocosa, ese tornasol de tonos grises y verdes del ensamblaje de sillares de piedra. Por un momento me rondó la sensación de que nuestro proyecto se me escapaba de las manos y se hacia independiente, pues se convertía en pura materia y seguía sus propias leyes.

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En el Museo Guggenheim visito las creaciones de la artista Meret Oppenheim. En las obras allí reunidas llama la atenci6n las diferentes técnicas utilizadas; no puede reconocerse una continuidad estilística. Sin embargo, siento una coherencia y unidad en su forma de pensar, su forma de contemplar y abordar el mundo con sus obras. Probablemente sea inútil reflexionar cuál es la vinculación estilística entre la famosa taza de piel y la serpiente ensartada a base de trozos de carbón. Cada idea precisa de su forma para hacerse efectiva. habría dicho más o menos Meret Oppenheim.

Peter Zumthor

Zumthor, Peter, "Pensar la arquitectura" (Barcelona: Gustavo Gili, 2004), 47-54

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