Algunos habrán notado que llevaba unos días ausente del blog, y aunque parar de vez en cuando para descansar no es malo, no ha sido el descanso la causa de mi ausencia. Hace unas semanas mi padre sufrió un derrame cerebral, y aunque poco a poco va saliendo del pozo, estas semanas mi mente ha estado alejada de escribir, de pensar en nada más que en cómo poder ayudarle. Visitas al hospital, recuperación en casa, días de bajones, hasta el vino me enseñó la peor de sus caras, ya que no soy dado a excesos ni a perder mis aladas riendas. Cada día le veo mejor, poco a poco, pero siempre hacia adelante, y eso me anima a recuperar mis viejas tradiciones. No negaré que escribo mejor desde el mal café, pero sin el placer del vino, todo parece fútil y pequeño. Hoy os traigo un vino de las antípodas, pero a la vez un vino que me ha parecido muy muy cercano, y cuidado, quizás el vino que más me ha gustado en lo que va de año.
Fui a la tienda de un amigo para llevarme unos pocos vinos, y de una bolsa de plástico me sacó este. Se lo pasó un distribuidor amigo mío también, así como para probarlo, y a mi amigo no le convenció. A primera vista, vino de la zona de Marlborough , en Nueva Zelanda, pinot noir y tapón de rosca, abierto y con un par de copas menos. Me lo lleve a casa y lo deje en mi frigorífico, dando cuenta de él en la cena. La sorpresa fue mayúscula y las gracias a mi amigo fueron dadas en varias ocasiones. Contacté con el distribuidor local para preguntar sobre el vino, y me comentó que ya no había más aquí, conversación que acabé con una dulce maldición. Cuando ya pensaba que no lo volvería a ver fácilmente, el vino me apareció en la carta del restaurante Cobo Estratos, del chef Miguel Cobo, y las dos copas generosas que me tomé de este tinto hace unos días me ratificaron que estaba ante una pequeña joya. La vida trae sorpresas, no todas negativas, y esta ha sido una de ellas. Vamos con él.
El Petit Clos Pinot Noir 2016 está elaborado por Clos Henri Vineyard desde Marlborough , en Nueva Zelanda. Es un proyecto de la familia Bourgeois que lleva diez generaciones elaborando vino en Sancerre, y que encontró un gran potencial en esta zona de Nueva Zelanda. Como una Eurídice moderna, con un pie en la tierra y otro en el Hades, siempre tienen un pie en cada lado del mundo, iniciando su aventura australiana en el año 2000. Buscaban un terroir, unas condiciones similares a su bodega en Sancerre, en el centro de Francia, y este lugar de Nueva Zelanda fue el elegido, llevándose allí pinot noir y sauvignon blanc, así como las técnicas de la biodinámica, trabajando su viñedo en orgánico, que actualmente alcanza las 110 hectáreas de viñedo. En Australia todo es a lo grande. Este vino que hoy os traigo es un monovarietal de pinot noir, aunque no puedo determinar con claridad cuánto pasa en barrica, sí que veo que parte de él pasa por barrica francesa nueva, y el vino muestra esa madera de manera sutil. Color rojo teja de capa media, limpio, y con un leve toque viejuno o vintage que ahora se dice, lágrima densa y persistente para un voltaje de 13,5 grados. Buena intensidad aromática, más cuando la botella ya venía abierta, notas espaciadas, profundo, fruta roja madura. Buena entrada en boca, amplio, leve punto de reducción por la razón antes descrita, cuerpo medio, buena acidez, elegante, nos recuerda la potencia frutal que tuvo no hace muchos meses, con un final frutal y no muy largo. Un vino aparentemente sencillo que me ha encantado, olvidándome por completo que era orgánico y que estaba abierto. Muy bueno.
Agradecer a mi viejo colega de catas Rodrigo Macho las consultas sobre este vino, y sobre todo traerlos por los alfoces de Burgos. No has perdido el buen gusto Rodrigo.
R.
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