La alimentación emocional es la que está condicionada por factores psicológicos y emocionales.
Ante una situación desagradable, como es el hambre, comer desata en cada uno de nosotros sensaciones afectivas positivas. Así es como vamos desarrollando una relación con la comida – sensación positiva – que puede funcionar incluso cuando no tenemos hambre. Pero si no controlamos esta forma de alimentación basada en las emociones, es muy probable que acabemos comiendo en exceso, sobre todo alimentos dulces y grasos.
La alimentación emocional ocurre cuando usas la comida para suprimir o aliviar las emociones negativas: el estrés, la ira, el miedo, el aburrimiento, la tristeza y la soledad. Tanto los eventos importantes como los problemas de la vida diaria pueden desencadenar emociones negativas que llevan al comer emocional, desbaratando tus esfuerzos para perder peso. Los desencadenantes más comunes pueden ser el desempleo, la presión financiera, los problemas de salud, conflictos en las relaciones, estrés laboral y la fatiga.
Aunque algunas personas comen menos cuando se enfrentan a este tipo de emociones, otras encaran esa angustia emocional comiendo de forma impulsiva o compulsiva sin siquiera disfrutar. Con el tiempo, tus emociones pueden llegar a estar tan ligadas a estos malos hábitos alimenticios que serán automáticos, la única vía de alivio cuando el miedo, la ira o el estrés te invadan, sin tan siquiera detenerte a pensar en lo que estás haciendo.
La comida también se usa como distracción. Si estás preocupado por algo o pasando por un mal momento, centrarte en comer en lugar de hacer frente a la situación dolorosa suele ser lo habitual en estos casos.
En el siguiente post seguiremos hablando sobre cómo las emociones y los malos hábitos alimenticios pueden acabar convirtiéndose en un círculo viciosos del que puede resultar muy difícil salir. Te daremos algunos consejos para empezar a controlar, cambiar esa situación y conseguir tu objetivo de pérdida de peso.
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