Pingüiteca 2011

Publicado el 21 diciembre 2011 por Papá Pingüino
Siguiendo la línea iniciada por Pinord (bajo la sombra inspiradora de Nick Hornby), este año haré un compendio de los mejores libros que he leído.
Afortunadamente, con el tiempo he ido aprendiendo a ser selectivo con mis lecturas, y pese a que es sumamente difícil no tragarse algún truño de vez en cuando, mis costumbres lectoras han evolucionado (afortunadamente para mi cerebro). Antes, sentía una especie de obligación moral que me empujaba a acabar un libro si había superado, independientemente del grosor, sus cien primeras páginas. Ahora, siguiendo la línea de pensamiento de mi primo Pablo, le doy 20 páginas de prueba y si no me ha convencido, la tiro por la ventana (metafóricamente hablando). Por supuesto, hay lecturas maravillosas que no arrancan hasta pasado un buen trecho, incluso algunas terriblemente tediosas pero que al final, una vez concluidas, te dejan un buen sabor de boca. Pero qué queréis, “tempus fugit” que dirían los romanos. Así que aplico sin remordimientos un Darwinismo feroz. Solo quedan los más fuertes.
De esta manera, en primer lugar tendría que acordarme de todas esas novelas que he empezado y que por diferentes motivos han ido quedando en la cuneta. Son unas cuantas, y de entre todas ellas sobresale, quizás por las expectativas levantadas, “Libertad” de Jonathan Franzen. Que la crítica especializada la tildase de “novela de la década” debería de haberme frenado a tiempo, pero mi espíritu masoquista me empuja con frecuencia a comportamientos suicidas. Reconozco que no llegué a las susodichas 20 páginas. Y que conste que no dudo de su valía literaria (lo que quiera que signifique éso), pero no necesito leerme un tocho de 1000 páginas para llegar a la conclusión de que la sociedad norteamericana apesta. Menuda sorpresa.
De entre las grandes decepciones del año señalaría a Don Winslow. De todos es sabido mi admiración por esa obra maestra publicada en España hace un par de años llamada “El Poder del Perro” (y en menor medida por el adictivo thriller “El invierno de Frankie Machine”). Sin embargo, ni “Muerte y Vida de Bobby Z” ni “Salvajes” están a la altura. Ambas se leen del tirón (es lo mínimo que se les puede pedir), pero, sobre todo la primera, es una especie de raod movie (o cómo se llame su equivalente literario) por momentos más cercana a un capítulo de McGiver que a una buena novela criminal. Don Winslow, cuyo estilo fresco y directo recuerda al James Ellroy más inspirado, se mueve entre los entresijos de los mafiosos y de la DEA con soltura, pero patina en las partes puramente de acción. Si bien “Salvajes” está muy por encima de “Muerte y Vida de Bobby Z”, creo que su mayor defecto es el hecho de ser una versión menor (y paradógimante posterior) a “El poder del perro”, con lo que lo disfrutarán mucho más los advenedizos del autor que aquellos que padecimos con Art Keller su particular búsqueda de la ballena blanca. El hecho de que las cinco novelas que he leído del autor tengan (a grandes rasgos) el mismo final, no dice mucho a su favor. El problema principal de Don Winslow es el mismo que el de los grandes músicos que han compuesto obras imperecederas: el listón está tan alto que es inevitable una comparación de la que siempre saldrán perdiendo.
En el apartado de sorpresas, ocuparía un lugar destacado “El adversario” de Emmanuel Carrere (novela que me acabo de leer y que me ha dejado sinceramente impactado), la historia de la psique enferma de un hombre ordinario; “Pic-nic en Hanging Rock” de Joan Lindsey, una pequeña y perturbadora joya, un cruce entre David Lynch, “Rebecca” y “Otra Vuelta de Tuerca”; y "El asiento del conductor" de Muriel Sparks, una obra casi tan desconcertante como la anterior, de esas a las que sigues dando vueltas una vez terminadas.
En lo que se refiere a novela negra, que en mi caso suele ser el género más leído del año, destaco cuatro clásicos maravillosos que no caeré en el error de comentar (puesto que ya se ha dicho y escrito todo sobre ellos, y mucho mejor de lo que yo pudiese exponer aquí): “Cosecha Roja” de Dashiel Hammet, “La Huída” de Jim Thompson, “L.A. Confidential” de James Ellroy, y “Fábrica de Animales” de Edward Bunker. Además, señalaría una galerada que tuve la suerte de leer hace un par de meses y que se publicará en marzo: “En la boca del lobo” de William Rempel, la narración novelada (desde el punto de vista de Jorge Salcedo, jefe de seguridad del cartel de Medellín) de la caída del imperio de la droga colombiano de los hermanos Orejuela. Brutal.
Respecto a mi lado friki, los laureles se los llevan “Tormenta de Espadas” de George R.R. Martin y “El Temor del Hombre Sabio” de Patrick Rothfuss. Sí, ya sé que ahora es moda hablar de la obra de Martin, y me alegro, porque la serie de la HBO es cojonuda, pero pese a lo que mucha gente piensa (he leído por algún foro que dentro de 10 años nadie se acordará de estos libros), su primera entrega, “Juego de Tronos”,  fue publicada allá por 1998, así que parece que la saga tiene cuerda para rato. Yo me acerqué a ella el verano en el que Martin vino a la Semana Negra (sí, el mismo festival de fritangas y caballitos que nuestra querida alcaldesa ha dado matarile), y desde entonces me leo un volumen por año. Para no cansar. Respecto a la continuación de la memorable "El nombre del viento" (versión adulta y épica de Harry Potter), decir que en líneas generales mantiene el nivel con su predecesora, si bien por momentos el exceso de páginas juega en su contra. Con 200 páginas menos "El temor de un hombre sabio" sería redonda.
Y así, por fin, llego al apartado estrella de todo este rollo de texto: mi lectura del año, que en este caso son dos: “Cualquier otro día” de Dennis Lehane (sí, otro autor que se pasó recientemente por ese festival alejado de la cultura y entregado a la chusma que responde a las siglas de SN), y “Warlock” de Oakley Hall.
Ambas comparten algunas características interesantes: son dos tochos considerables (con cualquiera de ella podrías matar a una persona si se las tirases a la cabeza con la pericia adecuada); son obras corales plagadas de personajes poliédricos (fuera de maniqueísmos facilones) que evolucionan con la trama; pintan retratos veraces y honestos de dos momentos históricos (El Oeste americano a finales del S.XIX y el Boston del primer tercio del S.XX) que ponen en tela de juicio los orígenes de la sociedad norteamericana y la naturaleza de su órganos de poder y autoridad, así como critican el feroz racismo tan penosamente característico en Estados Unidos, y el rechazo casi patológico que los yankees sienten por cualquier tipo de iniciativa asociativa del proletariado.  
Podría cometer la torpeza de intentar resumir sus argumentos, de extenderme en las maravillosas sensaciones que me produjeron. Pero no voy a hacerlo. Solo os recomiendo leerlos.

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