En una ocasión leí una frase que decía que lo primero que se aprende es lo último que se olvida. Yo no puedo olvidar el calor de sus brazos, de sus caricias y de sus besos, ni su risa, tampoco la musicalidad de su voz mientras me tenía en brazos hablando con aquellas mujeres que le enseñaban las flores de papel que confeccionaban con arte.
Mujeres de negro pelo y de piel oscura, vestidas de vivos colores como las flores que transportaban en sus canastos apoyados en la cintura. Mi madre desde lo alto de la escalera, conmigo en brazos charlaba con ellas, se reían, cantaban mientras ella bordaba o cosía a la caída de la tarde e incluso aprendía a hacer las flores de papel de seda que parecían hermosos claveles y así hacer un ramillete que lucían en un jarrón del comedor de aquella casa que no era la nuestra.
Yo tendría dos o tres años cuando mi padre fue destinado a un lugar llamado Ventas de Zafarraya (Granada). Allí quise volver hace pocos años para reencontrarme con mi pasado más lejano, con las vías del tren, recordar ése lugar la estación de Suburbanos donde viví durante un año.
A pesar de que mi infancia queda ya muy lejos, no puedo aún ahora, pensar en un tren sin evitar que los recuerdos de mi niñez acudan a mi memoria. Fue la mía una niñez en la que el tren tenía una importancia vital.
Mis abuelos paternos fueron contratados los dos, en la década de los años 20 del pasado siglo, por la compañía Suburbanos (Banco de Amberes (Bélgica) crea la Compañía de los Ferrocarriles Suburbanos de Málaga.Uno de sus proyectos a largo plazo era la construcción del ferrocarril Málaga-Vélez-Granada, pero el tiempo, los problemas burocráticos, la I Guerra Mundial (1914-18) y la Guerra Civil española (1936-39), cambiaron los planes el ferrocarril sólo llegaría hasta Ventas de Zafarraya, desapareciendo en los años 60).
Mis abuelos paternos, Diego y Antonia, eran los guarda raíles del Paso a Nivel de El Palo. Mis tios, su hijo mayor Diego trabajó en los talleres, el segundo hijo Antonio fue maquinista del tren a vapor y posteriormente de “la cochinita” y mi padre, durante años fue el recaudador de la venta de los billetes yendo de estación en estación cada día.
Las vías de tren conectaban la capital malagueña con la Alta Axarquía llegando hasta la provincia de Granada,
concretamente con las Ventas de Zafarraya; fue construido como prolongación de la línea de Málaga a Vélez-Málaga. En 1921 alcanzó Periana, y al año siguiente se inauguró el tramo hasta Ventas de Zafarraya, ya en provincia de Granada. Este último tramo fue el de más difícil construcción debido a la orografía por lo que fue necesario la instalación de tres tramos de vía con cremallera.
Estaba previsto que esta línea se extendiera hasta Granada, pero las obras nunca se ampliaron más allá de los 31 kilómetros entre Torre del Mar y Ventas de Zafarraya, hasta que fue clausurada el 12 de mayo de 1960.
No sé por qué mi padre fue destinado a la última estación, sí sé que el lento tren de cremallera que subía a las Ventas acabó echando el cierre en 1959; yo entonces contaba cuatro años de edad. Igual le enviaron para “cerrar” y clausurar la estación de tren.
En la Compañía de los Ferrocarriles Suburbanos trabajaban unas 500 personas, entre mecánicos, pintores, jefes de estación, guardafrenos, guardas, maquinistas, capataces, etc. Apenas aparece por nuestras costas el llamado “boom” turístico, a mediados de los años 50, se planteó la necesidad de ganar playas y de hacer mejores caminos hacia las mismas, favoreciendo el tráfico por carretera, y abandonando las comunicaciones ferroviarias suburbanas, poco eficaces y anticuadas.En 1958 apareció un proyecto llamado “Estudio de la necesidad y conveniencia del levante de la línea de Vélez-Málaga a Ventas de Zafarraya”, y esto fue el final y el principio para que mi padre siguiera formando parte de la “Compañía” como conductor de autobuses de Suburbanos Málaga-Periana.
Quizás de sus vecinas, de aquellas “gitanas” granaínas alegres, vitales, bulliciosas y graciosas aprendió a hacer ésta pipirrana tradicional de “Graná” (Granada) que quedó en nuestras cocinas. Yo la preparo recordando el “chup chup” del tren a vapor y la musicalidad de las risas de mi madre y aquellas mujeres que vendían flores.
La suelo llamar "pipirrana granaína" porque así la llamaba mi madre, aunque tengo entendido que es la pipirrana tradicional de la gastronomía jienense a lo que yo me pregunto ¿quién le puso fronteras al campo, a la tierra, a Andalucia?
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
Un tomate grande maduro, medio pepino, un pimiento verde (tipo italiano), un trozo pequeño de cebolla (blanca dulce), un diente de ajo, un huevo cocido (que la yema esté dura), vinagre de vino blanco, sal, aceitunas partidas y aliñadas, una lata de atún en conserva y aceite de oliva virgen extra.
Pelar el huevo cocido y separar la clara de la yema. Pelar el ajo.
En un mortero echar el ajo (quitando la raíz interior, así no repetirá) troceado, un poco de sal y la yema de huevo, machacando hasta obtener una pasta lo más fina posible. Añadir dos o tres cucharadas soperas de vinagre y un generoso chorreón de aceite de oliva virgen extra e ir emulsionando hasta que se integren bien todos los ingredientes. Reservar.