Cuando me percaté de que en Roma, la mayor parte de los monumentos antiguos yacían abandonados en campos y jardines, o bien servían de cantera para construir nuevos edificios, resolví preservar su recuerdo en mis grabados. Por lo tanto, traté de poner en ellos la mayor exactitud posible.
Marguerite Yourcenar, también ella misma una entusiasta exploradora de la historia se interesaría por este arquitecto frustrado del que escribiría un esclarecedor relato descriptivo El negro cerebro de Piranesi, publicado en un libro de pequeños ensayos de 1967, titulado A beneficio de inventario. Allí reflejaría la extrema pasión de aquel veneciano, residente en Roma, por los restos de una antigüedad que le rodeaba cotidianamente en su ciudad de adopción. En ese artículo, esta genial escritora describiría incisivamente y con interés su trayectoria vital y las motivaciones profundas de este arquitecto.Su apelativo parece que alude al origen familiar, proveniente de la ciudad eslovena de Pirano en Istria. Nacido realmente en los alrededores de Venecia a comienzos del siglo XVIII, partiría muy joven hacia la Ciudad Eterna. Iría formando parte del séquito del embajador veneciano Foscarini como dibujante, para quedarse allí el resto de su vida. En su formación inicial tendría un papel determinante su tío Mateo Lucchesi, arquitecto principal de la veneciana Magistratura del Agua. Con él aprendería los rudimentos del dibujo y la perspectiva e iría adquiriendo un interés creciente por las construcciones y los edificios del pasado clásico. Dos factores que influirían poderosamente en su trayectoria posterior.Ya en Roma depuraría su forma de representación y estilo de grabado sobre láminas de cobre en el taller del siciliano Giuseppe Vasi. Al igual que otros contemporáneos, la gran habilidad y oficio en el dibujo de Piranesi le permitiría mantener una vida desahogada con la venta de ese tipo de estampas en papel que se adquieren como recuerdo de viajes. Así como los turistas usan hoy las vistas fotográficas a la manera de souvenirs de su estancia en los lugares, en el siglo XVIII, los visitantes de Roma retornarían a sus lugares de origen con láminas grabadas de los paisajes urbanos más significativos. Sería en la famosa vía del Corso romana donde instalaría su tienda, en la que vendería sus conocidas vistas a los ilustres visitantes de la ciudad. Muchos artistas y arquitectos británicos como George Dance o Robert Adam serían sus clientes y, con ello, acabarían así transmitiendo el gusto por el arte clásico a la cultura de la Inglaterra de principios del siglo XIX. Piranesi se dedicaría también a la venta de antigüedades y de ahí que algunos de sus grabados se consagraran a reflejar vasijas, columnas y otros ornamentos pétreos que estarían regados por toda la ciudad. Probablemente, lo consideraría como una forma de presentación para su posible venta entre los numerosos visitantes que acudirían a su comercio. Entre esas piezas traficadas se encuentran los mármoles que forman parte de la colección de antigüedades del Palacio Real de Estocolmo; unos materiales que nuestro artista suministraría al rey Gustavo III, como señala Marguerite Yourcenar en su narración. Acabaría finalmente siendo encumbrado como miembro de la Accademia di San Luca e investido noble por el papa Clemente XIII en sus años postreros.
era entonces una ciudad en la que carrozas rococó de una aristocracia refinada, que vivía la vida elegante e internacional de la corte papal, circulaban por un paisaje tapizado de grandiosos palacios renacentistas, de fuentes barrocas, de soberbios domos de iglesias y de ruinas clásicas, colosales en su monumentalidad, pero que abandonadas, erguían su muñones entre la vegetación parásita y la cochambre de los suburbios populares.
Y también se inscribiría ahí, en esas vistas, una nutrida fauna de personajes menesterosos, lisiados y mendigos, que el grabador tomaría como contrapunto a la grandeza de los restos del pasado, muchas veces imaginados en unas perspectivas imposibles. Es lo que ocurre por ejemplo, con su grabado sobre la Plaza de San Pedro, vista desde las alturas en una época en la que todavía no existían globos, ni mucho menos aviones.