Pistas sin nieve: las soluciones que reinventan el esquí en tiempos de cambio climático

Por Pallares

La falta de nieve en las montañas y la ausencia de nevadas importantes durante los meses más fríos obliga a la industria del esquí a buscar alternativas que den continuidad a la operación temporada tras temporada. En países de todo el mundo, estaciones que históricamente abrían con previsibilidad ahora ven retrasos, cierres parciales y cancelaciones masivas.

Cuando la nieve falta, el impacto en las estaciones de esquí es inmediato. La primera consecuencia se refleja en la economía por la cancelación de reservas, la reducción de las ventas de pases y los ingresos de servicios asociados como alquiler de equipos, clases o gastronomía. La falta de actividad también golpea a toda la cadena laboral, en especial a quienes dependen de empleos temporales.

El daño, sin embargo, no es solo financiero. La ausencia de nieve deteriora la experiencia de los visitantes y compromete la imagen de marca de los centros turísticos. Una temporada con pistas cerradas o en malas condiciones deja huellas que influyen en la decisión de los turistas en años siguientes, generando desconfianza y un efecto acumulativo difícil de revertir.

Las proyecciones para 2050 son elocuentes y las agencias meteorológicas europeas anticipan una reducción de al menos 60% en la capa de nieve por encima de los 1.800 metros, consecuencia de un aumento de 4 °C de la temperatura promedio global. En todo el mundo ya comienzan a haber casos ejemplificadores de esta problemática que exige soluciones alternativas.

Sierra Nevada (España) recurrió a la producción de nieve artificial para garantizar su apertura esta temporada, una medida extendida también en el Pirineo catalán. En total, las estaciones de España operan con más de 4.000 innivadores que cubren cerca de 400 kilómetros de pistas, equivalente a 40% de la superficie esquiable del país. La discusión pública gira en torno a costos financieros y ambientales con el foco puesto en el uso de agua —como la del río Dílar— y en el consumo eléctrico.

Desde el Cono Sur llegan señales similares. Un documento de la Universidad de Chile describe un mercado nacional de 17 centros que componen la oferta, con márgenes operativos ajustados por costos altos y un estancamiento del valle central en la última década. Entre las causas, el clima y los precios aparecen como cuellos de botella.

Este año, varias estaciones de esquí argentinas atravesaron cancelaciones masivas por falta de nieve. En Bariloche, la oferta urbana y de actividades alternativas amortigua el golpe, pero en centros como Las Leñas se depende casi de manera exclusiva de la temporada invernal para las dinámicas anuales del resto de las industrias.

Bariloche con baja nieve durante esta temporada de invierno.

Mike Ferrari, brand manager del Valle de Las Leñas, en Mendoza, explica que la falta de nieve introduce un factor de incertidumbre que complica la operación diaria del centro de esquí. La asignación de recursos se vuelve más difícil y, en muchos casos, no es posible habilitar toda la montaña.

Esa limitación impacta también en la cantidad de visitantes, debido a que cuando no hay nevadas continuas, la oferta de pistas se reduce y los turistas que viajan con la intención de esquiar suelen buscar otras opciones. Aun así, Ferrari señala que en esta temporada han recibido un gran número de visitantes que eligen Las Leñas como destino de nieve, aunque no todos lleguen con el objetivo de esquiar.

En el plano económico, el efecto se siente sobre todo cuando la temporada se acorta y no pueden mantenerse todas las áreas habilitadas del centro. En Mendoza, la nieve no solo sostiene la actividad turística, sino que también es fundamental para el abastecimiento de agua. Por eso, los inviernos de poca acumulación de nieve repercuten directamente en el verano siguiente.

Centro de esquí Valle de Las Leñas.

Para mitigar las consecuencias, Las Leñas ha invertido cada vez más en cañones de nieve artificial, un recurso que para Ferrari ha sido determinante para el funcionamiento óptimo de las pistas en las últimas temporadas. En cuanto al apoyo externo, advierte que no existe ningún tipo de subvención o ayuda gubernamental frente a temporadas con escasez de nieve.

Ante este panorama, los centros de esquí buscan alternativas para sostener el negocio. La nieve artificial es la primera herramienta, aunque requiere temperaturas bajas y supone un alto costo energético. A esta se suman estrategias de diversificación como pistas secas, instalaciones en centros cerrados e incluso desarrollos que, con ingenio y originalidad, llevan el esquí al centro de la ciudad.

Pista de esquí fabricada con polímeros de alta tecnología.

Cañones de nieve: fabricar el invierno

La forma más extendida de fabricar nieve artificial es a través de cañones o generadores que reproducen en cuestión de segundos lo que la naturaleza tarda horas. Su funcionamiento se basa en proyectar una mezcla de agua y aire comprimido que, en condiciones de temperatura y humedad adecuadas, se cristaliza y cae en forma de pequeños copos.

El sistema conecta balsas artificiales de agua con los cañones distribuidos estratégicamente a lo largo de las pistas. Mediante bombas, el agua se impulsa por una red de tuberías, mientras que el aire comprimido viaja por otra conducción paralela. Ambos elementos se mezclan en el interior del cañón, donde son expulsados a baja temperatura.

Estos sistemas, sin embargo, demandan grandes volúmenes de agua y energía, además de aditivos químicos en algunos casos para mejorar la densidad de los cristales. Para cubrir una superficie de apenas cuatro metros cuadrados con un espesor de 30 centímetros de nieve se requieren unos 850 litros de agua. A esto se suma el elevado consumo eléctrico que demanda mantener en marcha las bombas, los compresores y toda la infraestructura de la red.

Pistas sintéticas o en seco para deslizarse sin hielo ni agua

Otra alternativa que gana espacio son las pistas en seco, fabricadas con polímeros de alta tecnología o alfombras textiles que imitan el comportamiento de la nieve. El mayor atractivo de esta infraestructura es que no depende de la meteorología; se puede esquiar sin importar la época del año, incluso en lugares donde las nevadas son escasas o inexistentes.

Los beneficios son tanto económicos como ambientales. A diferencia de los sistemas de innivación artificial, las pistas sintéticas prescinden de estos recursos, lo que puede ser determinante para estaciones más pequeñas o situadas en áreas con inviernos cada vez más cortos. Además, funcionan como motor turístico, ya que permiten prolongar la temporada y atraer visitantes en meses cálidos.

Ejemplos como la monumental pista inaugurada en Chechenia muestran de qué manera este modelo también contribuye a diversificar economías locales. Allí se instaló, sobre un antiguo campo minado, la que hoy se considera la pista de esquí sintético más larga del mundo. Con 1.300 metros de recorrido lineal, supera el récord que hasta 2016 ostentaba la pista de Kagura, en Japón, de 1.100 metros.

El material empleado, desarrollado por la empresa italiana Neveplast, está compuesto de plásticos que replican la fricción de la nieve. Si bien la operación de las pistas secas es más amigable con el entorno que el uso de cañones de nieve artificial, la producción de estos polímeros suele implicar procesos industriales intensivos en carbono. A su vez, su instalación conlleva transformaciones paisajísticas que pueden afectar a los ecosistemas locales.

La pista artificial más grande del mundo en Chechenia.

Pistas sintéticas integradas al espacio público

Algunos proyectos particularmente originales buscan transformar la forma de entender el esquí, ofreciendo alternativas en plena ciudad. La icónica pista en CopenHill (Dinamarca) atraviesa la cubierta de una planta de conversión de residuos en energía. Diseñada por el estudio Bjarke Ingels, tiene una superficie de 9.000 metros cuadrados, un muro de escalada y una ruta de senderismo.

Pista artificial en CopenHill.

La integración entre infraestructura energética y espacio público convierte a esta obra en un hito arquitectónico, donde los esquiadores pueden descender por diferentes recorridos o practicar en el parque de estilo libre. Todo esto en el centro de un paisaje urbano que combina innovación y compromiso ambiental.

En otro extremo del mundo, en Dubái, se encuentra Ski Dubai, la pista de esquí cubierta más grande del planeta. Situada dentro del Mall of the Emirates, este complejo mantiene de manera constante temperaturas entre –1 °C y –2 °C, en un entorno completamente artificial. Con cinco pistas, incluida la primera pista negra cubierta del mundo de 400 metros, un área de juegos con castillos de hielo, toboganes y hasta la presencia de pingüinos, este espacio ofrece la experiencia de los deportes de invierno en pleno desierto.

Pista artificial en CopenHill.

Suecia, por su parte, prepara uno de los proyectos más ambiciosos en el ámbito del esquí cubierto: el Skipark 360°, diseñado por C. F. Møller Architects. Este centro deportivo, en construcción en cerca de Estocolmo, contará con una pista de 700 metros de descenso vertical para cumplir los exigentes estándares de la Copa del Mundo. Con una altura de 145 metros, se convertirá en uno de los edificios más grandes de Suecia y en la instalación cubierta más completa del mundo dedicada a los deportes de invierno.

Estos proyectos muestran cómo la arquitectura y la ingeniería buscan ampliar los límites del esquí tradicional, generando nuevas formas de acceso al deporte, adaptadas tanto a las exigencias del clima como a los desafíos de la sostenibilidad, el turismo y la vida urbana contemporánea.