¿Podríamos ser más inteligentes?

Por Míriam Lihi

Hace tiempo que se debate si la inteligencia humana puede incrementar más de lo que está ahora y esta es la conclusión a la que se ha llegado

La inteligencia es una cualidad que se suele valorar mucho, probablemente porque es uno de los aspectos que más destaca en la especie humana. La especie humana, como todas las demás, continúa sometida a la evolución, pero a estas alturas es imposible prever hacia dónde conducirá nuestros descendientes, ya que esto dependerá de mutaciones azarosas imprevisibles y de la acción de la selección natural, fruto de cada situación ambiental concreta. Sin embargo, es lícito que uno se pregunte si la inteligencia puede continuar aumentando. O, dicho de otro modo: ¿Hay límites a la inteligencia? El tamaño importa … Santiago Ramón y Cajal dedicó buena parte de su investigación científica a estudiar el sistema nervioso de los animales, concretamente la organización y las conexiones entre las células que lo forman, las neuronas. En una ocasión comparó el cerebro de los insectos con un reloj de bolsillo y, de manera análoga, el de los mamíferos con un reloj de cuco; diferentes en cuanto a forma y tamaño, pero muy similares en cuanto a su funcionamiento básico. Ciertamente, no deja de sorprender que una abeja, que tiene un cerebro que no llega al miligramo de peso, se pueda orientar y navegar por los campos con la misma precisión que lo hace un mamífero. Sin embargo, las relativamente pocas neuronas que forman el cerebro de una abeja no le permiten generar una actividad mental muy compleja, por eso se mantiene ceñida a los instintos más básicos. También queda demostrado por el estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Cambridge dirigidos por el neurobiólogo Simon Laughlin, y publicado en The Sunday Times. Si la inteligencia que es capaz de generar un cerebro fuera sólo una cuestión de tamaño, probablemente los organismos terrestres más inteligentes serían los elefantes: su cerebro es cinco millones de veces más grande que el de una abeja y más de cuatro veces mayor que el de las personas. Ahora bien, para poder controlar correctamente las funciones vitales, un cuerpo grande necesita un cerebro también grande, de modo que en los mamíferos el tamaño del cerebro se correlaciona casi perfectamente con la corporal. Hay, sin embargo, unas cuantas excepciones muy interesantes: el cerebro de los primates no humanos es 4,8 veces mayor de lo que les correspondería por su tamaño corporal; el de los delfines es 5,3 veces mayor, y el de los humanos 7,8 veces. Esto indica que, una vez satisfechas las necesidades básicas de control de las funciones vitales, esta cantidad extra de cerebro se utiliza para aumentar las capacidades intelectuales. No obstante, este crecimiento no puede ser indefinido: tiene un límite termodinámico, dado que la energía que consume el cerebro es extraordinaria.El cerebro humano sólo representa el 2% del peso corporal, pero en cambio consume el 20% de las calorías totales; y en los recién nacidos esta cifra alcanza el 65%. Por tanto, atendiendo al tamaño del cuerpo, un cerebro mucho más grande sería energéticamente insostenible. En resumen, la inteligencia humana individual está en un punto muy próximo a su límite evolutivo. Sin embargo, la especie humana también ha seguido otra estrategia evolutiva, la socialización. Disfrutamos de la inteligencia colectiva, que es fruto del esfuerzo de multitud de cerebros en comunicación, una cooperación de intelectos razonablemente análoga a la de los módulos especializados del cerebro de los mamíferos, a la que todavía le queda todavía mucho camino por explorar.