De la hora de recordar sólo queda el verbo marchito, que como el polvo desatento llega, y sin avisar, y victorioso, apacienta. De la hora de sentir sólo, a veces, recordamos su acepción inspiradora; como el olor de la hierba cortada y esmeralda. De la hora de vivir nada nos hace prepararnos; como el despertar matutino, sin entusiasmo, sin ilusión, como el batallar ajeno de los otros.
(Óleo de Dalí, La persistencia de la memoria, 1931)