(Image source: museodelprado.es)
Para los que no poseemos cualidades artísticas nos resulta admirable lo que otros realizan con sus propias manos. Aun así, uno llega a acostumbrarse con el arte. Es una pena pero es la realidad.
Hace poco pude visitar un museo, no era grande y tenía varias salas. No tardé mucho en recorrer las diferentes galerías con sus respectivos cuadros. Me di cuenta de la importancia de contar con un entendido en arte para no pasar de un cuadro a otro con aire indiferente, sin despertar ni el más mínimo interés. Dos o tres a lo sumo.
Aunque también es cierto que la sensibilidad aflora si uno se para a pensar quién ha realizado tales obras. Es ahí cuando se conecta con el arte. Porque una persona como tú y como yo, ha sabido plasmar la realidad en un lienzo con tan sólo voluntad e imaginación. Y arte, cómo no.
Por ello, pido perdón. Por no saber contemplar, de humano a humano, las maravillas que llegamos a hacer utilizando las manos. Cuadros, esculturas… Parecen sencillos porque nos parecen fotografías, calcos de la realidad de la que tan asiduos somos. He ahí la dificultad: el detalle. Cómo descendemos en detalles, hasta los más mínimos e imperceptibles para muchos pero que no escapan a ojos del artista. Es esto lo que les convierte en maestros del arte.
Pido perdón por no valorar cualquier pieza de arte, de la más famosa y espectacular hasta la menos conocida y poco desarrollada. Todo lo que sale de la mente de un artista logrado, no merece menos que nuestra aprobación y admiración. Años de dedicación, de estudio, de investigación y visitas dan como resultado las obras de arte que llenan nuestros museos, embellecen nuestras ciudades y humanizan nuestros hogares.
Pido perdón a los artistas por la sociedad en la que les ha tocado vivir, donde no se aprecia un ápice de humanismo y, por tanto, no hay cabida para las obras de arte. Cada obra es un grito silencioso, una llamada oculta, una apelación de aquéllos a las personas de a pie a pararse, a dejar a un lado lo que están haciendo. Y contemplar. Verse reflejado en ella y hacerse preguntas. O, simplemente, admirarse, enmudecer, establecer una comunicación entre el artista y uno mismo.
Pido perdón a mis sentidos. Aunque tenga oídos para escuchar melodías, ojos con los que mirar maravillas, manos con las que palpar texturas, gusto para soborear deliciosas recetas y olfato para oler perfumes agradables; todos los tengo atrofiados, sin desarrollar al cien por cien. Porque no he sabido hacerlo, porque no me han enseñado o porque no he querido intentarlo y, en consecuencia, formarlos y educarlos.
Pido perdón porque primero no he dado las gracias.