A media tarde daba gloria estar en el chiringuito del hotel dibujando las vistas, sin por ello olvidar la conveniente hidratación del organismo.
Muchas montañas tenían aún bastante nieve; incluso a la orilla de la carretera quedaban montones de nieve helada en la parte de la umbría. Hicimos fotos para cien acuarelas como la inicial, nos paramos en algunos miradores y cortamos unas ramitas de romero en flor para ponerlo en una botella llena de aceite. Zumo de paisaje. De la maniobra marcha atrás en una curva muy cerrada por la que no cabíamos a la vez el camión que venía y yo, —bueno, yo sí, pero mi coche no—, buscando algo de espacio al borde de un despeñadero bastante apañado, mejor no hablar. En Santiago de la Espada, siendo un día bastante desapacible, nos aplicamos unos huevos fritos con unos chorizos de la huerta que, por su enjundia, debían de ser de ciervo o jabalí. Eso reconforta mucho el espíritu. No diré que nos hartamos de ver olivos, que de eso no se cansa uno nunca, pero hay que ver cuánto olivo que hay por esos cerros. Varias provincias llenas, aprovechando hasta las montañas cultivables, tan alineados como para un desfile militar. Una gozada anunciadora de otros placeres que se pueden envasar en garrafas de cinco litros. Apunte con rotulador desmochado y agonizante, que en esta casa no se tira nada. Al verlo parece que está uno mareado y no es que la foto esté desenfocada, no, es el trazo de ese rotulador pincel de tinta china. Luego una acuarelilla sobre el mismo tema, con unos almendros en flor queaún quEdaban por esas alturas.