Por: Peter Kinderman
La idea de que nuestras emociones más estresantes como la pena o la ira, pueden ser entendidas mejor como síntomas de una enfermedad mental es seductora y ampliamente difundida. Pero, desde mi punto de vista, es también un mito y muy dañino.
Nuestro abordaje de ayuda a personas vulnerables a situaciones agudas de angustia, está severamente obstaculizado por ideas anticuadas, inhumanas y poco científicas acerca de la naturaleza y el origen de los problemas mentales.
Necesitamos un cambio radical, no solo en la forma en que entendemos los problemas mentales, sino también en como diseñamos y llevamos a la práctica los servicios de salud mental.
Hasta las más importantes autoridades médicas han comenzado a cuestionar la creciente medicalización de la vida diaria y critican la escasa solvencia, validez, utilidad y humanidad de los diagnósticos psiquiátricos convencionales.
Estamos preparados para definir, identificar y medir el fenómeno que intentamos estudiar y los problemas que llevan a la gente a pedir ayuda. Pero, ofuscamos más que ayudamos cuando usamos el lenguaje de la patología médica para describir una respuesta entendible y humana a situaciones estresantes o traumáticas.
Hay razones éticas y humanitarias para ser escépticos respectos del diagnóstico psiquiátrico tradicional. Pero también hay razones científicas. Es raro aunque altamente significativo, que las estadísticas de fiabilidad de la American Psychatric Association, influyente franquicia del DSM, estén cayendo en forma sostenida.
Es difícil distinguir diferentes “desórdenes” en forma confiable. De hecho,Thomas Insel, Director del Instituto Nacional de Salud mental, sugirió recientemente que los diagnósticos psiquiátricos tradicionales habían sobrevivido a su verdadera utilidad.
Es muy fácil asumir, que los problemas de salud mental- especialmente los más severos que atraen diagnósticos como esquizofrenia o trastorno bipolar- serían misteriosas enfermedades biológicas, azarosas y esencialmente desconectadas de la vida de la persona. Pero cuando comenzamos a preguntar acerca de este tradicional modelo de pensar la enfermedad, esos supuestos comienzan a desmoronarse.
Algunos neurocientíficos han afirmado que toda angustia emocional puede finalmente ser explicada en términos de sinapsis y neurotransmisores. Pero esta lógica se aplica a todas las conductas humanas y no diferencia entre el síntoma-explicado como un producto de desequilibrio químico- y las emociones “normales”.-
Aún más, si bien está claro que la medicación (como muchas otras sustancias, incluidas las drogas y el alcohol) tiene efecto en nuestros neurotransmisores y, por lo tanto, en nuestras emociones y conductas; hay un trecho hasta afirmar que las experiencias vividas como estresantes son causadas por estos desequilibrios en esos mismos neurotransmisores.
Mucha gente sigue sosteniendo que problemas serios, como alucinaciones y creencias delirantes, son básicamente biológicos; pero ahora tenemos considerable evidencia de que las experiencias infantiles traumáticas (pobreza, abuso, etc) están asociadas a posteriores episodios psicóticos.
Existe una suposición casi instintiva de que el suicidio, por ejemplo, es consecuencia solo de una enfermedad subyacente. Esto contrasta con la observación de que la reciente recesión económica ha tenido un impacto en las tasas de suicidio, un ejemplo dramático (y triste) de como los factores sociales impactan en nuestra salud mental.
La actividad neural y los procesos químicos del cerebro están detrás de todas las experiencias humanas ,y es seguramente útil entender más acerca de como trabaja el cerebro humano. Sin embargo, esto es muy distinto que asumir que algunas de estas experiencias (disociaciones, distimia, ansiedad, etc..) deberían ser clasificadas como enfermedades. El cerebro humano no es solo una estructura biológica compleja; es también un motor de aprendizaje.
Aprendemos como resultado de las cosas que nos pasan, y hay una evidencia creciente de que aún los problemas mentales más severos no son meramente resultado de genes defectuosos o neuroquímicos; son también el resultado de la experiencia, respuestas naturales y normales a las cosas terribles que pueden sucedernos y que modelan nuestra visión del mundo.-
Tradicionalmente, la idea de que los problemas mentales son enfermedades como cualquier otro tipo y que entonces las personas no serían responsables o culpables por estas dificultades, ha sido vista como un arma poderosa para reducir el estigma y la discriminación. Desafortunadamente, el énfasis en explicaciones biológicas para los problemas mentales puede que no sirva, porque presenta estos problemas como una parte heredada e inmutable del individuo. En contraste, un enfoque más genuinamente empático sería entender el proceso por el que todos respondemos emocionalmente a los desafíos que nos presenta la vida.
Pero las cosas están cambiando. En los últimos 20 años, hemos asistido a un crecimiento muy positivo de los movimientos de usuarios y ex-pacientes, en los que gente que ha pasado por experiencias de cuidado psiquiátrico, participa en campañas para lograr una cobertura social más responsable.
Estamos comenzando a ver el inicio de una actitud más transparente y democrática en salud mental. Estos cambios han llevado a pedir alternativas radicales a las formas tradicionales de cuidado, pero debo decir que no necesitamos nuevas alternativas. Ya tenemos opciones efectivas. Solo necesitamos usarlas.
Los clínicos han hecho oír su preocupación acerca de los beneficios relativos de la medicación psiquiátrica y hay una evidencia creciente de la efectividad de terapias psicológicas como la psicoterapia cognitiva; aún para personas con serios problemas de salud mental, como aquellos diagnosticados con esquizofrenia o aquellos que eligen no tomar mediación, estas terapias son muy prometedoras.
Necesitamos humanizar la psicología. La ciencia psicológica ofrece modelos sólidos de salud mental y bienestar, que integran hallazgos biológicos con evidencias sustanciales de determinantes sociales de salud mental mediados por procesos psicológicos.-
Debemos abandonar el modelo de enfermedad que supone que el trastorno emocional es meramente un síntoma de una enfermedad biológica y adherir a un modelo de salud mental y bienestar que reconozca nuestra esencia como seres humanos y sociales. Los factores biológicos, sociales y las circunstancias personales nos ayudan a construir el sentido de quienes somos y de como funciona nuestro mundo.-
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Esto también significa que deberíamos reemplazar el diagnóstico tradicional por una franca descripción de los problemas. Debemos dejar de considerar los problemas emocionales solo como síntomas de una enfermedad “diagnosticable”.
Una simple lista de problemas más comunes (debidamente definidos) debería tener validez científica y debería ser más que suficiente como una base para el diseño de una estrategia terapéutica y de los servicios de salud mental. Esto no supone rechazar el rigor del método científico, sino todo lo contrario. Mientras los diagnósticos psiquiátricos carecen a veces de utilidad, es posible tipificar los problemas psicológicos, describirlos y categorizarlos para desarrollar tratamientos coherentes con esos criterios.-
Todo esto significa que deberíamos ir desde el diagnóstico de enfermedad mental y de la búsqueda de etiología a la identificación de los mecanismos que definen los fenómenos psicológicos. Nuestro sistema de salud debería reducir drásticamente la confianza en la medicación para centrarse en el sufrimiento emocional. No deberíamos ver a la medicación como una “cura” o como una forma de gestionar una enfermedad inexistente.
Debemos ofrecer coberturas de salud que ayuden a la gente a ayudarse y ayudar a su entorno más que a desempoderarlos; servicios que favorezcan la autonomía. Esto significa vincular trabajadores sociales con psicólogos en equipos multidisciplinarios y promover las soluciones psico sociales antes que las médicas.
Ahí donde se necesite terapia individual, efectiva y personalizada debería haber oferta de psicoterapia para todos y en caso de crisis aguda, la internación puede ser necesario, pero esto no debiera entenderse como un tema solo médico.
Si el modelo de enfermedad actual es inadecuado, también es inadecuado, atender a la gente en hospitales. Un modelo diferente de cuidado es necesario. Adoptar esta perspectiva daría como resultado un giro fundamental desde un modelo médico a un enfoque psico-social. Significaría ir desde el hospital psiquiátrico a una atención residencial y a una reducción drástica de la medicación.
Y, debido a que las experiencias de abandono, rechazo y abuso son extremadamente importantes en la génesis de muchos problemas, necesitamos redoblar nuestros esfuerzos para abordar las causas subyacentes de abuso, discriminación e inequidad social.
Este es un rotundo llamado a una revolución en la forma en que conceptualizamos la salud mental y en como brindamos atención a las personas enfermas pero creo que es una revolución que ya está en marcha.-