Por qué el perfeccionismo es letal para la simplicidad (P2)

Por Paulo Mesa @paucemeher

La anatomía del demonio del perfeccionismo - Segunda parte

En la primera parte puse sobre la mesa las confesiones alrededor de ser perfeccionista. En esta segunda parte describiré al demonio del perfeccionismo, como si fuese una sombra y una voz que no se detiene dentro de la mente de nosotros los perfeccionistas. Este demonio no tiene cachos ni cola, no huele mal ni se ríe de nosotros. Es simplemente la personificación de lo que nos dijeron que "debía ser" y que finalmente creímos que así era.

Anatomía del demonio

Los perfeccionistas somos habitados por un ser que no entiende la escala de los grises. Solo logra ver en polaridades de blanco o negro, bien o mal, correcto o incorrecto. Este demonio nos hace ver enemigos y aprobadores por todas partes: o caemos bien o caemos mal. Lo que más nos puede generar consternación es que en muchos casos terminamos identificados con ese ser y caemos en la manía de definirnos a nosotros mismos por lo que nos dice.

Este demonio es el arquetipo del "Saboteador", que cuando está del lado de la luz puede servir para alertarte, pero cuando está del lado de la sombra puede llenarte de dudas e inseguridades que terminan por paralizarte. Este demonio luce siempre bien puesto, lleno de razones precisas y bien calculadas. Esta es parte de la magia de su encantamiento: sus argumentos suenan tan convincentes, precisos, bien sustentados y tan conectados entre sí, que incluso es difícil llegar a decir que las cosas podrían ser de otra forma. Es como ese detective incisivo, vestido de traje, que no te deja pasar media en un interrogatorio.

Las vocecitas del demonio del perfeccionismo

Este demonio sobrevive oliendo el miedo a la desaprobación. Rápidamente se llena de fuerza para controvertir y llegar a justificar hasta lo injustificable. Si los perfeccionistas lo alimentamos lo suficiente, incluso podrá llegar a un nivel de ceguera tal que te hará negar la veracidad de las cosas o la posibilidad de que existan explicaciones alternas con tal de sostenerse en su punto. Este ser se mantiene en función de ponernos a prueba constantemente. Todo el día nos está cuestionando: ¡Muy bien, veamos qué tan adecuado eres... Veamos si esta vez no te equivocas! Y los perfeccionistas caemos fácil en el juego permanente de estarnos probando que somos lo suficientemente perfectos... o por lo menos no tan imperfectos como creemos ser o como el demonio nos dice que somos.

Este demonio es el que nos amarga los halagos. Cuando alguien diga que hiciste algo muy bueno, que algo tuyo le agrada o que percibe y valora tu talento, el demonio del perfeccionismo te dirá: "¡No le creas, te está mintiendo, en realidad no sabe todos los pequeños errores ocultos que lleva lo que hiciste!" O también te puede decir: "¡No le creas, quien sabe para qué te está halagando, seguro que va detrás de algún favor o de algo más tuyo, ese halago no es genuino, en realidad no eres tan bueno y lo que hiciste no está tan bien!" Si todavía eres o fuiste tan perfeccionista como yo entenderás de qué te hablo. Esta vocecita interior puede ser un verdadero infierno.

Los perfeccionistas siempre somos conscientes del centavo que nos faltó; siempre sabemos dónde va la pequeña falla y el pequeño error. Igualmente, cuando las fuerzas no nos dan más o simplemente no tenemos más tiempo para corregir [indefinidamente] el asunto, entregamos lo que hicimos cargando en el alma ese malestar de creer de que va con fallas o que seguramente le quedó faltando algo. Lo más sorprendente es que las fallas son minúsculas, imperceptibles, inocuas, realmente despreciables en términos prácticos, pero en sí mismas no nos dejan estar tranquilos y el demonio del perfeccionismo se encarga de estarnos repitiendo con su vocecita: "Eres un fraude... eres un fraude... qué gran mentira eres... tienes a todos engañados...". No importa si eres el primero en todo, no importa si tu supremacía es indiscutible, para tu demonio interior del perfeccionismo siempre serás una mentira andante.

El demonio que fabrica enemigos imaginarios

En la misma forma como te hace dudar de ti mismo, te hace dudar del trabajo de los demás. Si permanentemente te hace pensar que eres un mediocre, también te hace creer que los demás lo son en mayor medida. Por eso es que a veces parecemos tan voluntariosos, tan llenos de iniciativa, tan dados a empezar a hacer las cosas, pero no necesariamente es así: El temor realmente tiene que ver con el hecho de que nos cuesta creer en la capacidad y el interés de los demás para empezar a actuar sobre algo e incluso de resolverlo con cierto grado de sensatez. Los perfeccionistas no nos creemos los mejores, simplemente creemos que hay dos maneras de hacer las cosas: "hacerlas mal y hacerlas a nuestra manera", como si la nuestra fuera la única que pareciera correcta y adecuada.

El demonio del perfeccionismo tiene colmillos y garras siempre listos para abalanzarse y atacar a todo el que lo critique porque está tan convencido de lo "correcta y afilada" que es su lógica, que no permitirá que nadie se atreva a lanzar ni el más mínimo asomo de desaprobación o reproche. Sin embargo, el ataque también es selectivo. Por ejemplo, este demonio se guardará cualquier comentario u observación de quien vea como una figura de autoridad, lo cual tiene mucho sentido: ¿Cómo podría un perfeccionista perder a un "aprobador" con jerarquía?

Por otra parte, un lado bueno del demonio del perfeccionismo es que, aunque a veces parezca arrogante y prepotente, es difícil que se distraiga con opiniones desacertadas de detractores con poca autoridad o pocos argumentos. Es posible que los mire con desdén y siga su camino sin prestarles mayor atención.

Hay que aprender a conocerlo

Si alguna vez quieres conocer el demonio de tu perfeccionismo solo basta con que te enfrentes a algo que no te gusta o para lo que no te sientes lo suficientemente hábil. Como este demonio sobrevive en función de estar probando tu valía personal y tu capacidad, entonces donde haya un asomo de duda simplemente te empujará a posponer y posponer (procrastinar) aquello que deberás enfrentar de una vez por todas, aun sin saber si saldrá bien o mal. Adicionalmente, la duda te irá llenando de argumentos para no hacer eso que definitivamente tienes que hacer, impidiéndote dar el paso necesario. Esto también tiene un doble efecto altamente nocivo: Los perfeccionistas, al presenciar esto, nos hundimos más y más en el fango de nuestra inseguridad y en la sensación de "fraudulencia" interior, confirmando que efectivamente no somos todo lo que decimos ser. Al hacer esto, seguimos alimentando a la bestia.

Expresiones del tipo: "usemos el método de ensayo-error", "vamos probando", "ahí vamos viendo" o "así nos vamos yendo" nos generan escozor a los perfeccionistas. Esto suena como a un gran tramo de indefiniciones (ideas y tareas) sueltas con alto riesgo de salir mal. Algo bueno de los perfeccionistas es que cuando estamos bien encaminados somos unos estupendos planeadores y unos formidables ejecutores, pero cuando nos obsesionamos con el resultado correcto nos volvemos irritantemente lentos, sorprendentemente inseguros y costosamente improductivos. Nos estancamos a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea. Entorpecemos el fluir simple de la vida.

Ya que conocemos la anatomía del demonio del perfeccionismo podemos revisar cómo irlo convirtiendo en nuestro aliado o cómo irlo transformando. Claramente no es un proceso fácil ni algo que se haga de la noche a la mañana, pero con el mismo perfeccionismo que usamos para amargarnos la vida, también podemos trabajar juiciosamente y sin descanso por construir una vida mejor, una vida más sencilla, más liviana, más minimalista y al mismo tiempo, más perfecta en su esencia. En la siguiente entrada nos encargaremos de revisar esto.

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