Foto tomada de Flickr bajo licencia Creative Commons, autor "HistoryInPhotos"
En numerosas conversaciones que mantengo con profesionales de la formación, con proveedores o con clientes sale el tema de la formación e-learning. Es una modalidad de formación en claro auge y crecimiento. Muchas personas sienten admiración por este negocio y por esta modalidad de formación. La posibilidad de llegar a muchas personas, la flexibilidad de horarios y ritmos, el que internet sea una fuente de información inagotable, las capacidades multimedia cada vez más potentes, la escalabilidad del negocio y por tanto sus eventuales márgenes de beneficio suelen ser los argumentos más habituales a favor de la formación e-learning.
Yo no comparto la pasión y admiración que gerena la teleformación tal y como se está planteando. Cuando expreso este tipo de opiniones algunas personas se sorprenden, pues es como ir en contra de la corriente. No digo que el e-learnig sea malo, ni ineficaz de modo absoluto sino que lo que digo es que a mí, en mi modesta y humilde forma de forma de ver, no me gusta. ¿Por qué no me gusta el e-learning? Varios son los argumentos:
Uno de los motivos es el tipo de experiencias que he tenido con la formación e-learning. Mi primer contacto fue en un congreso de formación multimedia que se origanizó en León a principios de los años 90 (no recuerdo exactamente el año). Una consultora belga expuso un producto que para mí fue tremendamente impactante: un simulador para entrenamiento de médicos militares en la toma de decisiones sobre el tratamiento de urgencia de heridos de guerra. El sistema presentaba al alumno a cinco heridos de guerra, cada uno de los cuales presentaba diferentes lesiones de diferente gravedad. El médico podía ver la monitorización de las constantes vitales de cada herido así como imágenes del herido o de sus heridas (por ejemplo, grado de dilatación de las pupilas). Podía también pedir pruebas diagnósticas y analíticas, cuyos resultados se le presentaban con un cierto retraso de tiempo para simular el plazo que tardan en ser realizadas. Un tutor estaba conectado al sistema a la vez que el médico-alumno, de tal modo que el tutor podía introducir sucesos inesperados tales como paradas cardíacas en heridos a priori leves. El sistema registraba qué información lee el médico-alumno, cuánto tarda en leerla, qué tipo de pruebas médicas pide y en qué orden, si vuelve a consultar datos ya analizados anteriormente, qué información solicita cuando suceden eventos inesperados y, sobre todo, qué decisiones toma. El tutor, con todos estos registros de actividad podía trabajar con el médico-alumno en mejor su proceso de toma de decisiones. Verdaderamente impresionante.
Mi siguiente contacto con el e-learning fue como alumno de un curso de Photoshop organizado dentro de un Contrato Programa gestionado por una conocida Asociación de Empresarios. Recordé a Don José Luis, el profesor de física del COU, que decía “es mejor un mal libro que unos buenos apuntes“. Pues exactamente eso, me causó la impresión de que es mejor un mal libro que un buen e-learning. Es tal el abismo entre ambas experiencias (y mi certeza de que los tiros van más por la segunda que por la primera) que no me queda otra que sentir recelo hacia esta modalidad de formación.
A parte de ésto, y de dudas que tengo sobre la eficacia de la formación on-line en según qué materias y niveles de dominio de las mismas junto con la indefinición que para mí existe sobre los criterios para justificar de modo claro los cursos e-learning en la Fundación Tripartita hay también un motivo relacionado con el modelo de negocio en la formación on-line. En todos los negocios de internet basados en la distribución de contenidos (y el e-learning es uno de ellos) ocurre que empezar un negocio es muy barato. Como consecuencia de ello mucha gente tiene la capacidad de “volcar a la red” o “publicar” contenido, de tal modo que aumenta exponencialmente el contenido disponible o accesible. Cuanta mayor oferta, menor precio. Como resultado final, el precio de los contenidos formativos tiende a cero.
En mi opinión, en el sector del e-learning hay tres grandes eslabones que forman la cadena de valor del negocio: los proveedores de plataformas, los creadores de contenidos y los “comercializadores”. Evidentemente hay empresas que tienen un poco de cada. El hecho de que el precio de los contenidos tiende a cero pone en riesgo, sobre todo, a los eslabones más próximos al negocio clásico de la pedagogía: los comercializadores (consultores de formación) y los creadores de contenido (los docentes pedagogos). Ambos se ven sometidos a vender sus contenidos a menor precio y además a “colgarlos” o “tenerlos subidos” en plataformas que, en general, son de otros con el riesgo que eso supone. Por ello, a mí me parece que en esta industria pasa lo que Rodolfo Carpintier describe tan gráficamente cuando dice ”En la fiebre del oro ganaron dinero los vendedores de palas“.
Por eso a mí no me gusta el e-learning.