Esta vez le ha tocado el turno a los pitufos, esos entrañables duendecillos azules que el dibujante belga Peyo popularizó en cómic allá por 1958. Dibujos de línea clara, historias sin localismos claramente exportables, gusto por el detalle... Del papel saltaron a la gran pantalla en 1965, con la colaboración en el guión del propio Peyo, quien pasó a encargarse de la dirección para su segunda incursión, La flauta de los pitufos (1976). En 1981 se pasaron a la televisión de la mano de Hanna-Barbera; y más tarde a la industria discográfica con la efímera y taladrante moda de los pitufos makineros, que versionaban todo lo que se les ponía por delante. Ahora, con permiso de la evolución digital --Los pitufos (2011)-- regresan en una versión que mezcla acción real con animación digital para hacer más atractivo el reto, con el aliciente de verlos transportados a la jungla neoyorquina, enfrentados a otros usos y costumbres y a la modernidad tecnológica.
Lo más novedoso es tratamiento posmoderno del tema pitufil: desde las entradas en la Wikipedia hasta el indirecto homenaje a su creador, incluyendo las propias historias en papel. El director, Raja Gosnell, un viejo experto del género con un amplio recorrido en productos familiares --Míos, tuyos, nuestros (2005), Un chihuahua en Beverly Hills (2008) o la saga Scooby-Doo (2002, 2004)-- le ha dado un enfoque claramente desmitificador en plan Encantada (2007).
En fin, los mismos elementos en juego (superación de dificultades, malo patético dudosamente divertido, aprendizajes vitales, ritos de paso), un poco de acción y humor amable, tensión bajo control y ya tienes una tarde de cine para olvidar. Aun así, confieso que no estuve mirando el reloj mientras la veía. Ya es algo.