Cada cuento viene precedido por una cita oscura referente al original. Pocos son los fieles a la estructura clásica para lograr que sean más identificables. Quevedo Puchal da una vuelta vertiginosa, el lector desconoce qué va a encontrar en la historia. En palabras del autor: «Ahora se hacen versiones de los cuentos con apenas modificaciones. Al final se sabe que va a suceder. No hay sorpresas».
Él desea mantener la magia original con una imagen que quede grabada en el público. Mediante personajes que te sumergen en la historia y el empleo de un lenguaje barroco. Para él, los cuentos se transforman en leyendas urbanas. El manjar inmundo (versión de Cenicienta) está ambientado en los años 80 y Cerillas quemadas (La pequeña cerillera) transcurre en Nueva York.
Abundan las metáforas y todas tienen su explicación. Quevedo Puchal además de estéticas las considera muy necesarias en lo funcional porque, a través de ellas, describe a los personajes.
Comenzó a escribir esta antología personal en 2009. Mientras tanto el autor ha publicado dos novelas: Cuerpos descosidos (Premio Nocte a la mejor novela de terror 2012) y Lo que sueñan los insectos, en la misma editorial que esta antología, Punto en Boca. Hay paralelismo entre éstas y algunos de los relatos que forman parte de El manjar inmundo. Son pistas comunes, señales de autoría que le definen, pero, según aclara el autor, eso no se planifica, no es consciente de ello al escribir.
El libro se complementa con cuatro ilustraciones de Carlos Gregorio Simón Godoy, CalaveraDiablo. Javier Quevedo indica que las descubrió cuando el libro ya estaba terminado y, al igual que las citas, se añadieron sobre la marcha.
Una presentación intensa, entretenida y muy amena en la que se estableció una gran química con el público.
Entrevista a Javier Quevedo Puchal realizada por Fernando López Guisado
FERNANDO LÓPEZ GUISADO: La idea de los cuentos de hadas traspasados a su versión original y más terrible es siempre tentadora para un escritor de horror pero ¿no se siente vértigo al usar un canon tan establecido con el que la comparación puede suponer un peso?
JAVIER QUEVEDO PUCHAL: En principio, esto podría haber supuesto un serio hándicap, pero adopté un enfoque que raramente se da en estos casos, y que me benefició: no supeditar el relato corto al cuento, sino el cuento al relato corto. Es decir, no me interesaba el mimetismo y la obviedad, el querer hacer el cuento original tan reconocible en el nuevo relato que al final este último no tuviera ninguna entidad propia (o peor: que tuviera una entidad endeble). Me aburren mucho esas adaptaciones de cuentos donde apenas se tocan cuatro elementos superficiales para acabar ofreciendo exactamente la misma historia que ya conocemos todos. Eso no tiene sorpresa, ni intriga, ni emotividad… que son precisamente algunos elementos esenciales en El manjar inmundo.
FLG: Después de aparecer en diversas antologías de relato, ahora se estrena con una propia y exclusiva. ¿Está el cuento breve tan denostado en ventas y popularidad como se rumorea?
JQP: Me voy a mojar y diré que sí. No sabes lo que me costó mover esta antología por editoriales. Algunas estuvieron entusiasmadas con ella desde el principio, pero cerraron ya incluso con el contrato firmado. Sin embargo, también las hubo que se negaban en redondo a publicar una antología (y menos de un solo autor, y menos español, y menos de terror, y menos…). ¿Qué fue antes?, ¿el huevo o la gallina? Siempre es difícil de decir, pero en este caso yo afirmaría que antes fue el lector que la editorial. Es decir, que la mala prensa (o sospechosa comercialidad, para ser exactos) del relato corto se genera más bien en los lectores, habituados antes a leer novelas bien gordas de tropecientas páginas que colecciones donde cada relato es una nueva ruptura, un nuevo esfuerzo, un nuevo escenario con nuevos personajes, y para colmo encaminado a un argumento demasiado breve para el gusto general. Si las editoriales raramente se mojan con las antologías es porque los números cantan, me imagino. Y si cantan, no me cabe duda de que es por lo que acabo de comentar.
FLG: ¿Qué queda del escritor que comenzó haciendo esa mal llamada literatura de género en estos relatos que se han ido fraguando durante mucho tiempo?
JQP: Hay mucho de mí en todo lo que escribo, sea del género que sea, supongo que porque en el fondo lo que más me interesa es siempre lo mismo: emocionar al lector y emocionarme yo. Como escritor, planifico, pero también trabajo mucho desde el inconsciente, y precisamente esto último acaba sacando a colación aspectos muy profundos de mí mismo que no podrían salir de la mera planificación consciente. Me encanta descubrir interrelaciones imprevistas de una novela a otra, de un relato a otro. En mi opera prima, El tercer deseo, el protagonista escribía una antología de reinterpretaciones de cuentos de hadas en clave gay… y ahora he sido yo quien ha acabado escribiendo El manjar inmundo, una antología de relatos de terror inspirados en cuentos de hadas. La vida imita al arte, como se suele decir.
FLG: Uno de los referentes claros es Lovecraft, aunque también han surgido nombres como Pilar Pedraza. ¿Alguna influencia no evidente en el libro o que haya descubierto ahora tras una relectura?
JQP: La verdad es que El manjar inmundo está cuajado de referentes, más allá de los obvios que encontraríamos en los cuentos de hadas clásicos, Angela Carter, Bécquer o Poe. Posiblemente, sea mi obra más multirreferencial hasta la fecha. En “El dulzainero”, por ejemplo, la máxima influencia junto con Lovecraft es “La romería de San Isidro”, mi pintura negra favorita de Goya. Durante la revisión de las galeradas, también me sorprendí descubriendo en “Negra como agua estancada” ecos de una escena bastante perturbadora de la película “Cristal oscuro” (y te confieso que esta influencia no era evidente ni para mí mismo). Pero es que (y con esto te vas a reír) incluso he reconocido una frase que le oí a Alaska en los audiocomentarios de un concierto suyo en DVD. Ya digo que trabajo mucho desde el inconsciente. Y, por suerte, a día de hoy no me va mal así, aunque a priori este batiburrillo de influencias pueda parecer chocante.
FLG: Bajo su perspectiva ¿en qué salud se encuentra la literatura de terror en España?
JQP: El terror en España vive un estado de extrañeza y precariedad permanente. Quien más vende no necesariamente es quien más se prodiga en los medios, y quien más se prodiga en los medios no necesariamente es quien posee una obra más interesante. Y subrayo lo de “no necesariamente”, en todos los casos. Ah, bueno, y luego está Pilar Pedraza. En España se lee tan poco, se distribuye tan mal y hay tantos prejuicios hacia el terror (incluso entre sus escritores) que a veces veo todo este asunto como uno de esos gráficos donde se muestra el sustrato terrestre con un corte transversal. Si no eres topo, eres lombriz, y si no, escarabajo. Pero águila no eres, eso tenlo claro. En España las águilas escriben literatura costumbrista o histórica. Desde hace siglos. Aun así, supongo que se está formando un buen caldo de cultivo que quizá en el futuro fructifique en algo cuantificable. O, vaya usted a saber, tal vez nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.
FLG: ¿Algún consejo para escribir un buen relato?
JQP: No irse por las ramas, saber concretar y, sobre todo, tener muy claro que un relato no es una novela en miniatura. Creo que ahí está la clave. De hecho, si está bien concebido, un relato puede ser tan complicado de escribir (o más) como una novela. Tal vez no te ocupe tanto tiempo de trabajo, pero puede ser bastante agotador de todos modos.
FLG: ¿Se puede adelantar algo del nuevo proyecto?
JQP: Esta vez no es una novela de terror, aunque sí tiene un punto inquietante, ya que se trata de una fantasía oscura ambientada en una España mítica durante la Segunda República. Y hasta aquí puedo leer.
FLG: Por último, la marca de la casa… ¿Por qué escribe Javier Quevedo Puchal?
JQP: En el fondo, supongo que por lo mismo que empecé: para que me quieran, para dar cierto sentido a tanto sinsentido, para dejar a mis espaldas algo de lo que me sienta orgulloso, para reinventar las historias que me han hecho soñar y proporcionar a otros historias con las que sueñen. En el fondo, por lo mismo que cualquiera: porque los escritores somos unos narcisistas.