Hace años, B., un reputado cirujano estadounidense, se encontró un bulto en la parte superior del abdomen. Habló con un colega suyo, con el que había compartido muchas horas de quirófano y que le merecía respeto. Éste le diagnosticó un cáncer de páncreas. Se le propuso una serie de tratamientos, pero B. no estaba por la labor de perder su calidad de vida. Dejó su plaza en el hospital y se dedicó, el tiempo que le quedaba, a disfrutar de su familia y a dejar sus cosas en orden. Por supuesto, B. no quería morir, pero sabía las consecuencias de todas sus opciones y eligió con conocimiento de causa. Hoy, en el cambio de guardia, se ha vuelto a plantear, por enésima vez, este tema. Pacientes con enfermedades terminales, que son sometidos a cirugías urgentes de dudosa eficacia, sólo porque ellos y sus familias no han sido informados de las consecuencias de todas las opciones. Y el cirujano que las indica no es consciente del postoperatorio del paciente o, simplemente, piensa: "Que se le muera a otro". Afortunadamente, profesionales así hay pocos, pero los hay. Y el costo - tanto económico al sistema sanitario como psíquico a la familia - es inmenso. En la carrera de Medicina nos enseñan a diagnosticar, tratar y controlar las enfermedades. No se nos enseña qué debemos hacer ante un paciente terminal. No se nos enseña sentido común. La muerte, sin embargo, es algo natural. Lo queramos o no, no somos eternos. Y negándonos a ello, caemos en el encarnizamiento terapéutico, que convierte la muerte en algo inhumano y solitario.
Hace años, B., un reputado cirujano estadounidense, se encontró un bulto en la parte superior del abdomen. Habló con un colega suyo, con el que había compartido muchas horas de quirófano y que le merecía respeto. Éste le diagnosticó un cáncer de páncreas. Se le propuso una serie de tratamientos, pero B. no estaba por la labor de perder su calidad de vida. Dejó su plaza en el hospital y se dedicó, el tiempo que le quedaba, a disfrutar de su familia y a dejar sus cosas en orden. Por supuesto, B. no quería morir, pero sabía las consecuencias de todas sus opciones y eligió con conocimiento de causa. Hoy, en el cambio de guardia, se ha vuelto a plantear, por enésima vez, este tema. Pacientes con enfermedades terminales, que son sometidos a cirugías urgentes de dudosa eficacia, sólo porque ellos y sus familias no han sido informados de las consecuencias de todas las opciones. Y el cirujano que las indica no es consciente del postoperatorio del paciente o, simplemente, piensa: "Que se le muera a otro". Afortunadamente, profesionales así hay pocos, pero los hay. Y el costo - tanto económico al sistema sanitario como psíquico a la familia - es inmenso. En la carrera de Medicina nos enseñan a diagnosticar, tratar y controlar las enfermedades. No se nos enseña qué debemos hacer ante un paciente terminal. No se nos enseña sentido común. La muerte, sin embargo, es algo natural. Lo queramos o no, no somos eternos. Y negándonos a ello, caemos en el encarnizamiento terapéutico, que convierte la muerte en algo inhumano y solitario.