Lo quebradizo y frágil de la felicidad humana, incluso en los contextos de placidez y seguridad más reconocibles; la constatación de que la línea que separa venganza y justicia, más que línea, se trata de un terreno impreciso y pantanoso, en el que es difícil trazar deslindes y fronteras; el peso de intuiciones y apariencias en las motivaciones del actuar humano... Para todo eso, y algo más —aunque con menor presencia y entidad— hay cabida en el relato del realizador canadiense, sin que ello haga que el nervio central de la historia, la intriga que constituye su núcleo y fundamento —y que, en último extremo, no deja de ser el enésimo argumento basado en crímenes de traza psicopática—, se debilite o resienta en ninguno de sus tramos, pese a lo sinuoso (y, por momentos, enrevesado) de su planteamiento y despliegue.
Por lo demás, llama la atención la contraposición, en lo referente a su filiación mainstream, entre dos de los elementos caracterizadores más significativos de la propuesta: por un lado, la caligrafía fílmica de Villeneuve, totalmente alejada de los usos industriales más típicos del género; y por otro, la confrontación de personajes, que se ancla en un duelo interpretativo en la mejor tradición del cine más comercial. Lejos de montajes espídicos, efectos de sonido tramposos y ritmo desenfrenado en los momentos climáticos, Villeneuve, cual si se tratara de un Ozu trasplantado, en un fantástico viaje espacio-temporal, a las colinas de Los Ángeles en los albores del siglo XXI, se deleita en el plano largo, los silencios y las secuencias pausadas, dando de esa forma a personajes y situaciones todo el tiempo y la expresividad necesarias para desarrollarse a fondo (de esa forma, el metraje se va a unos más de 150 minutos que, en una estructura narrativa más convencional, se hubieran podido reducir sustancialmente). Ahí es donde radica el sello autoral, el distintivo con que el director fija su impronta más personal sobre una propuesta que, en lo que se refiere al capítulo interpretativo, sí se mueve más cerca de los cánones del cine más comercial, fundando buena parte de su potencial en el duelo entre los dos protagonistas (encarnados por dos solventes y creíbles Jake Gyllenhaal y Hugh Jackman) que encarnan, no solo roles argumentales antagónicos, sino, muy especialmente, filosofía y actitud ante la vida situadas en polos bastante distantes.En cualquier caso, 'Prisioneros', como carta de presentación, significa toda una auténtica puesta de largo, una entrada por la puerta grande, de Dennis Villeneuve en el 'star-director-system' de la gran industria. ¿Con continuidad de futuro? Eso será algo que solo el tiempo y la voluntad de las partes implicadas podrá dilucidar. Pero si esa estancia se ha de consolidar bajo las premisas marcadas en esta introducción, que deja pocos atisbos de concesiones más allá de lo imprescindible, puede que se esté alumbrando un itinerario más que fructífero. Estaremos atentos...CALIFICACIÓN: 7 / 10.-Cartel de “Prisioneros (Prisoners)” – Copyright © 2013 Warner Bros. Pictures. Todos los derechos reservados.