Propaganda ejemplar: Los verdugos también mueren (Hangmen also die!, Fritz Lang, 1943)

Publicado el 05 mayo 2014 por 39escalones

Como parte del esfuerzo propagandístico de guerra, el alemán Fritz Lang, a partir de un guión propio escrito en colaboración nada menos que con Bertolt Brecht, dirigió en 1943 esta película que toma como origen para la trama uno de los hechos que, para muchos, resultan más trascendentales para el devenir de la guerra mundial en Europa: el asesinato, el 27 de mayo de 1942, de Reinhard Heydrich a manos de la resistencia checa. Heydrich, segundo de Himmler en las SS, jefe de la Gestapo, director de la oficina de seguridad del Reich, máximo impulsor y organizador de la llamada Solución Final para el “problema” judío en la conferencia de Wannsee, y nombrado por los nazis Protector de Bohemia y Moravia tras la ocupación alemana de Checoslovaquia, es una de las figuras fundamentales del nazismo y de la primera etapa de la Segunda Guerra Mundial, el cerebro de buena parte de las operaciones políticas y militares de Alemania, persona de total confianza de Hitler (de las pocas, realmente, cuya opinión contaba para el canciller nazi) y, posiblemente, también hubiera sido su sucesor y continuador llegado el caso. La película parte de este hecho real para homenajear la labor de la resistencia antinazi en Europa y, en particular, alabar el comportamiento del pueblo checo frente al invasor, su integridad y su valor, recalcando que gracias a su determinación contra el enemigo, y a pesar de la presión de la Cancillería para esclarecer los detalles y hacer pagar a los culpables con toda la crueldad de la que eran capaces los nazis, el asesinato de Heydrich quedó sin resolver, los máximos responsables nunca fueron capturados o acusados del mismo, y el caso tuvo que ser cerrado en falso. Sabido es, además, que Lang, cuya esposa simpatizaba abiertamente con los nazis, huyó de Alemania a toda prisa cuando Goebbels le propuso hacerse cargo de la dirección de la cinematografía alemana, por lo que la película adquiere, en lo personal, una significación adicional que la completa y la enriquece.

La película se construye desde el asesinato: después de un prólogo en el que asistimos a toda la pompa, ridícula y bastante hortera, del ceremonial diplomático nazi con la presentación de Heydrich ante las autoridades alemanas y checas, rápidamente pasamos a los primeros momentos tras el  magnicidio, y a la persecución de una figura huidiza que intenta escapar de los soldados que buscan al responsable. Acosado por el toque de queda, que amenaza con dejarlo aislado en la calle a merced de las patrullas alemanas, Karel Vanek (Brian Donlevy), inventa un pretexto -además de esta falsa identidad- para poder pasar la noche en casa de la familia Novotny, cuya cabeza, el profesor Stephen Novotny (magnífico Walter Brennan en un papel muy diferente a los habituales en él, encarnación magistral de la dignidad y la integridad), es una de las figuras intelectuales más importantes de Praga. Su hija Nasha (Anna Lee) sospecha la verdad sobre la identidad del invitado, aunque su familia piensa que únicamente es un conocido suyo que se ha despistado con el toque de queda. Sin embargo, para la familia en general y para Nasha en particular, la situación se complica cuando su prometido (Dennis O’Keefe) la sorprende con el desconocido y lo toma por un rival amoroso, pero, sobre todo, cuando los nazis, que empiezan a orquestar la venganza contra la resistencia checa y tratan de acrecentar el terror entre la población para fomentar las delaciones, deciden fusilar como represalia a un gran número de civiles checos bajo la exigencia de que los responsables del asesinato se presenten voluntariamente o sean denunciados y, para desgracia de los Novotny, el profesor es seleccionado. Vanek deja la casa a la mañana siguiente y se esfuma, pero Nasha logra dar con él y su verdadera identidad, al tiempo que las autoridades nazis comienzan la sistemática labor de detención, interrogatorio, tortura y muerte de todos aquellos que rodean a los Novotny y al falso Vanek y van estrechando el cerco.

Se trata de una extraordinaria cinta que, como es habitual en Lang, combina una riqueza estética superlativa con una brillante exposición de los dilemas internos de toda una serie de personajes, una visión complementaria que construye un conjunto repleto de puntos de vista antitéticos pero igualmente legítimos, que introduce al espectador en el suspense derivado de las complicadas decisiones personales que los personajes han de tomar: ¿denunciará el profesor al extraño invitado nocturno para salvarse? ¿Lo hará Nasha? ¿O quizá el misterioso Vanek, una vez conocedor de las consecuencias de sus actos para los Novotny, asumirá el deber de sacrificarse para salvar a sus conciudadanos inocentes? ¿Aceptarán todos la muerte de compatriotas anónimos como contraprestación a la lucha por la libertad de su país?Al mismo tiempo, Lang se descuelga con una trama paralela de tintes hitchcockianos: un traidor en la resistencia que amenaza con informar a los nazis tanto de sus estructuras como de la identidad de sus mandos, así como con averiguar la verdad sobre el asesinato de Heydrich y ponerla en conocimiento de los ocupantes con el riesgo de que Vanek sea capturado y los Novotny acusados de colaboradores. Fritz Lang construye una narración poderosa en este punto, en la que cuestiones tan ligadas a la intriga y al suspense como las relaciones entre culpabilidad e inocencia, la asunción moral de las propias obras, y el componente de azar que en un momento dado puede dar un giro irónico a los hechos hasta provocar el desenlace, curiosamente, más justo y deseable, conforman una historia riquísima en detalles narrativos y visuales que constituye un puzle situado entre lo mejor del gran cineasta alemán. Especialmente estimable resulta la secuencia del desenlace, con la trampa tendida al sospechoso durante una cena, la comprensión por este de que ha sido descubierto y, a pesar de la algo chapucera y poco creíble resolución, la eclosión final que cierra magníficamente un círculo cuyo tejido interno ha ido confeccionándose a lo largo de toda la cinta.

Pero no solamente se trata de un guión soberbio, muy medido, contenido y, por momentos, muy emotivo (la forma en que los primeros sacrificados salen de los barracones camino de su muerte segura, por ejemplo, o los humanistas discursos del profesor Novotny, que Lang utiliza expresamente para engrandecer la actitud de los checos frente al enemigo), sino que retoma la tradición del expresionismo alemán para plasmar la historia visualmente en un continuo juego de luces y sombras tan bello como inquietante, tan sugerente como amenazante, un lenguaje que, unido al excelente trabajo de composición de planos, de montaje, de puesta en escena e interpretaciones (los nazis saben ser particularmente odiosos), erigen una película atípica y original, lejana de otras obras propagandísticas que suponen una exaltación del patriotismo militarista y de una moral tipo teledirigida desde los gobiernos, más próxima a una visión íntima y dramática de las encrucijadas que la guerra impone a las personas normales, cuyas vidas cotidianas pueden transformarse en un campo de batalla más en la que deben asumir el papel de carne de cañón, de soldados de primera línea, en un ambiente turbador de una fría belleza en blanco y negro que encierra tanto terror como esperanza, y que aspira a insuflar a los combatientes de entonces de fuerza necesaria para enfrentarse a un adversario formidable, inyectándoles una importante carga de legitimidad a sus razones al mismo tiempo que les recuerda que incluso los poderes más impresionantes pueden ser igualmente derrotados.