Si os dijeran que no hay evidencias sólidas que sustenten el uso de un determinado tratamiento para tratar una enfermedad concreta, puede que muchos de vosotros dejara de utilizarlo; otros no. Si además resultara que el tratamiento fuese un derivado natural, muchos diríais que bueno, que como es una hierba pues tampoco pasa nada por darla.
Ahora bien. ¿Qué haríais si os dijeran que el árbol del que se extrae el medicamento en cuestión estuviera en peligro de extinción? ¿Y si, para más inri, la tala indiscriminada de dicho árbol contribuyera a la desertificación del suelo donde éste crece? ¿Y si, como consecuencia de ello, la población de la zona no pudiera cultivar las plantas para dar de comer a sus animales ni para su propio sustento? ¿Cambiaría tu actitud? ¿Hacemos caso al Pepito grillo ecologista y social? ¿O seguimos mirando para otro lado?
Pues bien. Parece ser que con el prunus africanum, del que se obtiene un fármaco que se utiliza habitualmente en la hipertrofia prostática, sucede todo esto.
¿Hay que tener en cuenta efectos tan lejanos a la hora de prescribir? Como nos proponen los incombustibles Turabián y Pérez-Franco en un reciente artículo (Aten Primaria. 2010;42:253–254), para llevar a cabo un uso contextualizado y contextual de los medicamentos, un médico de familia debe no sólo ser consciente de estas cosas, sino tenerlos muy en consideración antes de hacer y firmar la receta. La eficiencia y el uso racional de los medicamentos no lo es todo…
(Imagen extraída del artículo de la FAO "Los bosques y la salud humana en las zonas tropicales:algunas conexiones importantes")