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¿Recuerdas la última vez que acogiste a alguien? No sólo en tu casa sino en tu corazón. ¿Y con todas las consecuencias que ello supone?
Aquello me llamó tanto la atención como a la monja. Se nos va la fuerza por la boca. Las apariencias causan decepción y a veces invitan a perder hasta la esperanza. Nos lo han dicho repetidas veces, nos lo han mostrado numerosas personas. Los santos se caracterizaron por eso y no queremos escuchar, ni ver ni imitar. Sólo buscamos dar de comer a los nuestros, ayudar económicamente a nuestra familia y dedicar nuestras personas a ella. Nosotros, nosotros y otra vez nosotros. Y me pregunto junto a esta amiga monja, ¿dónde queda el prójimo? ¿Dónde lo encuentran dentro de una vida encerrada en ese nosotros?
La sociedad no hace más que crear desconfianza en torno a lo desconocido. Pero, míralo. Y ahora mírate. Es igual a ti: una persona. Y no me refiero sólo al que no vive, trabaja ni reza contigo sino también a todos aquéllos que realizan eso contigo. ¿Tanto cuesta abrir y acercar la mano, al menos? Aquello me llamó la atención, decía, porque esa monja recibió una llamada de una persona necesitada de casa y no obtuvo respuesta afirmativa entre los suyos. Ella no podía acogerla en la suya pero sí atenderla una vez se alojara en una. Entonces se sucedieron llamadas, visitas y un sinfín de acciones en búsqueda de posada, comentaba ella. Y… nada. Me llamó desilusionada, con una pena y tristeza por aquéllos que se decían cristianos y no mostraron esa forma de vivir. Ninguno quiso abrir las puertas de su casa ni de su corazón a su prójimo, a una persona en necesidad.
Fue inevitable empezar un torrente de pensamientos en bucle tras colgar el teléfono. Palabras sueltas, imágenes del mundo, experiencias vividas, personas recién conocidas… Y todo se reducía a comprometerse, a vivir amistades desinteresadas y a complicarse la vida en favor de otros porque nos importan las personas y su felicidad en esta vida terrenal. No es difícil decirlo, ni proponérselo, tampoco pensarlo y discutirlo con otra persona porque nos quedamos en eso, en sólo decirlo, proponerlo, pensarlo o discutirlo. Todo está cojo sin la acción. Para unos aquéllo quizás no es fácil porque ya se implican de alguna manera al defender y proponer un estilo de vida, pero del dicho al hecho hay un trecho y de eso sabe mucho la propia experiencia. Es verdad que ver la necesidad de un cambio de actitud ya es un paso importante y que hay que valorar. Pero el mundo necesita la acción. No todo se puede quedar en bonitas palabras y en proyectos impecablemente escritos y presentados. De nada sirve el querer si no le sigue el hacer.
Comprometerse. Con “se” para implicar a uno mismo. Es fácil decir comprometer pero difícil pronunciar y vivir ese comprometerse. Comprometer a alguien no te implica. Comprometerse son palabras mayores. La idea de que estamos de paso en esta vida no debe llevar a pensar que no tengamos que vivirla con pleno sentido y responsabilidad. Si uno se deja llevar y no pone en acción su libertad en la toma de decisiones al final se atrofia. Sí, uno se atrofia y se echa a perder; no desarrolla sus virtudes, su persona ni personalidad. Y ese miedo a comprometerse… ¿por qué? Justamente eso nos da la vida, nos lanza para arriba, nos hace sacar lo mejor de nosotros mismos, nos ayuda a crecer por dentro, a conocernos y a relacionarnos con el otro. Comprometerse es meterse dentro de las cosas hasta el fondo. Cuesta comprometerse cuando a uno le pesa un vicio o un estilo de vida porque requiere el exterminio del vicio y un cambio de vida, y porque cree que va a perderse algo o todo lo que hasta ahora creía tener. Las superficies son sólo para los barcos, aquí hay que ser un submarino. Ya conocéis qué parte del iceberg logramos percibir y cómo es realmente cuando echamos una mirada más profunda. ¿Queremos perdernos esa belleza por quedarnos en la superficie?
Amistades desinteresadas. ¿Existen? Si nos hacemos esta pregunta es porque nos hemos quedado en el primer escalón y no hemos ido en busca de aquéllas, y puede que tampoco las hayamos vivido por no haberlas recibido. Existen. El mundo quiere pensar que toda persona tiene un interés y es cierto, pero ese interés está mal entendido. Estamos en un mundo relacional, somos personas sociales por naturaleza; obviamente tenemos el interés de relacionarnos, de darnos a conocer, de compartir y de disfrutar con un otro pero igual a nosotros. La amistad interesada es lo contrario a darse al otro porque nos nace, porque no nos nace pero nos necesita o porque está en mi vida. La amistad la llevan dos personas (sería un plus contar con Dios) y es fácil cuando las dos personas tienen un mismo latir, un mismo horizonte o una misma experiencia. La amistad crece por la implicación de dos personas, también cuando una quiere y cuando la otra no puede; cuando uno se preocupa y el otro se olvida. Aun cuando la otra persona no puede o se olvida, la mitad restante da un paso al frente para salvarla. Es fácil la amistad interesada, difícil es la que pide que acojamos sin haberlo elegido, escuchemos sin haberlo buscado, queramos sin haberlo querido. El mundo es sólo uno, no creemos mundos en la cabeza por habernos cerrado a las personas que hay en él y vayamos relacionándonos con nosotros mismos, ahogando los pensamientos, los sentimientos, los anhelos, las iras y las preocupaciones personales en ese mundo mental por no haberles dado cauce, sentido y salida con un amigo. ¿Queremos perdernos la belleza de ver lo que nos une a cada persona que aparece en nuestra vida sólo por preferir nuestro mundo imaginario?
Complicarse la vida. Nos piden que seamos sencillos y llevan razón pero no tanto si miramos por el otro y por uno mismo. Nos dicen que las cosas que más alegría y gozo nos dan son las que nos han costado sudor y lágrimas, un esfuerzo extra y una puesta al límite. Esas son las batallas épicas, las que triunfan no sólo en el cine sino en la vida de todo aquel que quiere combatir en ella. Complicarse la vida es hacer frente, es decidirse a dar lo mejor de uno. Cuando nos pasa la palabra complicación por la cabeza no podemos evitar darle una connotación negativa. ¿Pero no es esa contradicción la que nos lleva a negarnos? Complicarse es negarse; sí, es negativa la palabra pero con un sentido para recordarnos que nadie puede lograr una felicidad plena si no se da completamente, si no se despoja de todo aquello que pueda impedir u obstaculizar sus pasos en la tierra. En ese complicarse la vida no hacemos sino buscar, encontrar y, en consecuencia, vivir la auténtica felicidad para con uno mismo y para los demás. Es bonito pensar que uno está luchando, y más bonito aún que uno lo está haciendo, que se complica la vida para reavivar a otros. Resulta que reavivando a otros, uno encuentra la vida. Su vida. ¿Queremos perdernos el camino de garantía de vida auténtica por pensar que el verbo complicarse denota negatividad?
¿Puedo entrar? No es una simple pregunta, es una invitación del otro a que tú te compliques la vida, vivas una amistad desinteresada y te comprometas. Te está ayudando a sacar lo mejor de ti mismo; te está dando una oportunidad de comenzar, por fin, a ser quien debes ser, de amar y ser amado. ¿Vas a dejar entrar en tu vida todo esto?